martes, noviembre 27, 2007

Berlín

Viajé solo a Berlín. Llegué en un tren nocturno desde Cracovia. Diez horas de viaje insomne en una cabina diminuta. De la ciudad recuerdo una estación del metro, una parada ordinaria en el lado oriental, la Schönhauser Allé, con mosaicos de grana encalados en los muros y un puesto de Kebabs atendido por un griego narcoléptico. También estaba la sueca, una rubia de manos largas que leía a Ibsen mientras esperaba los vagones. Yo pensaba en Hamburgo, en un estibador que dormía sus resacas entre los cajones del muelle. También los Nibelungos, la reinvención de un caballero de oro que perdió su espada en los confines australes. La zona roja, las putas con las piernas congeladas y el sexo engañado de fingir tantos espasmos. Era de noche en la Schönhauser Allé. Un neón de Panasonic brillaba al fondo, la sueca seguía con Ibsen y el griego adormilado por el calor del horno. Yo esperaba, pensando en el puerto esperaba un trasatlántico en la estación del metro. Había también un pordiosero, un vagabundo bebiendo de un cartón de leche. Él esperaba otra cosa, algo más grande que mi trasatlántico. Por momentos el lugar se llenaba de gente. Aparecía un guarda con el quepí clavado sobre las cejas. La sombra extraviada de un turista y el fantasma de un capitán soviético. Estaba solo en Berlín. La noche saturada de nubes, una sueca leyendo a Ibsen, un griego taciturno y un vagabundo milenario con gotas de leche colgando en los bigotes.

1 comentarios:

Irish Bully dijo...

Declare the Independence para sentar el mood