martes, diciembre 25, 2007

Nuestros muertos





Empezó con una imagen degradada que venía en un collage, mostraba de perfil a una mujer inquieta, miraba de reojo una sombra que aparentemente era ella misma. Ya la conocía.


Estabas llorando ¿Te acuerdas? y te canté una canción de Feist, mi francés es terrible, pero aun así dejaste el llanto, te soltaste el cabello y tallaste tus ojos. Mi azúcar ha bajado desde que regresé, mis rodillas ya no responden como antes y no soy bueno para clavarme en la piscina. Voy a recordar, porque ahora me cuesta mucho trabajo recordar, es que ya no tengo confianza en mí mismo. Pero valdría la pena intentarlo. Hace tiempo que no visitaba un cementerio, y no por agudeza o sentimentalismo, sino porque mis muertos ya eran muy antiguos. Tenía la sensación oscura de que me gustaban, por posición adolescentada y antipática, y no, no me gustan, nunca me gustaron. No me da miedo la muerte, me dan miedo los muertos. Imposible hablar con un pedazo de piedra blanca que tiene una placa con un nombre tan conocido como ya totalmente ajeno a mis recuerdos. Pero tú llorabas lenta, casi siempre lloro así, me dijiste mientras tus hombros pálidos se levantaban con un aire inseguro. La trola es el hecho mismo de que antes de la vida nunca imaginé un rostro como el tuyo, será que me estoy volviendo demasiado maduro, palabra que confabula con mis miedos y mis derrotas, o simplemente tu belleza al contraste con las criptas era abrumadora, es una semántica que me arriesgo a experimentar en todo momento, por eso canté para ti, rodeado de flores con olor empalagoso, de cruces y mármoles bautizados. Sabía que no iba a liberar una sola lágrima, ibas de blanco, por qué ibas vestida de blanco, el lugar común de un mujer hermosa y triste, yo iba de morado y negro, pero por culpa de mi mal gusto. Entonces como puedes ver todavía logro recuerdos, intento construir desde mi ruina interna un collage de recuerdos en los que tú ya habías aparecido. Soy un desastre, lo sabías, iba a ver a un muerto que no conozco ahí dentro, no hay nada ahí dentro. En cambio tú, tu muerto, ahí estaban, parecía que levitar era una palabra adicional a los encantos de tu sonrisa llena de tristeza. Sabes que la magia de conocerte es que ambos tenemos muertos; cercanos, desconocidos, olvidados y entregados, pero no dejan de estar muertos. Cantar en los panteones, cantarte en francés junto a tu difunto. Lo sabías, siempre me conociste, el desvanecerse de una vuelta y luego tocar el tiempo, leer a Walter Benjamin junto a las tumbas, pero sobretodo llorar en las criptas de los desconocidos. Como mis muertos no me hacen llorar tengo que ir con los otros, leer sus placas e inventar sus vidas, ahora sí, lloro por un muerto que desconozco y tal vez tampoco haya nada ahí dentro.


Es difícil estar enamorado de ti, es terrible amarte desde los cementerios, te busco en los jardines rodeados de arcángeles, en las margaritas y en los santos de piedra. Te conocí desde que tengo un muerto y ahora no comprendo cómo después de tantas catástrofes, no eres más que una figura de mis intenciones desconsoladas. No cabe duda de que soy un mal triste. Te digo esto porque no pienso regresar, porque me arriesgo una vez más a que mis miedos se queden contigo en esta plaza llena de tumbas sin nombre.