Diez de la noche, para la lluvia y queda un olor a humedad filtrándose por la ventana. El ruido de los autos a lo lejos, la ciudad desperezándose por una tarde entera de aguaceros. Y yo solo, acuartelado en mi pequeño apartamento, tumbado en el sofá mientras me trago las horas, hojeo revistas, enciendo el televisor, me asomo por la ventana, releo algún cuento. Y nada, el tiempo pasa y sigo inquieto, intranquilo por un acertijo de nostalgias que no logro resolver. Voy a la cocina y me sirvo un güisqui con mucho hielo. Regreso al sofá y pienso en ella. En ella, la única en la historia, la protagonista de mis desvelos, pienso en sus manías, en ese detalle finísimo que tenía al hacer coincidir el color de sus aretes con el de sus ojos. Esa manera ceremoniosa de cerrar los párpados, como excusándose por la fatiga. La forma en que quitaba la pelusa del sillón, dispersa, abstraída mientras escuchaba las tonterías que me ponían triste. La aburría, ya sé. Me escuchaba mirándome con una conmiseración lastimosa, con una displicencia ineluctable, con una inercia compasiva que me agotaba, me había convertido en un elemento más de su rutina. Lo supe por esa mueca mínima de sus labios, por ese gesto frágil que reflejaba un hastío reticente. Por el desgano con que correspondía a mis abrazos y por la aspereza de sus saludos. Otro trago de güisqui. Es tan buena esta bebida, te pone flojo, amolda el sentimiento, lo vuelve dócil, apacible. Y se veía tan simpática al hablar de la “alta literatura”, discurseando con una deferencia mayestática que la sobrepasaba, que ni ella misma se creía. Hablaba de Proust con un énfasis grandilocuente que desentonaba con su rostro, terminaba quebrándose en un tartamudeo risible, en un intento desesperado por ganarse el respeto de algún fantasma intelectual. Entonces sonreía, relajaba la mirada para refugiarse en una aparente ingenuidad, en una superficialidad que simulaba un pequeño atrevimiento, un desliz gracioso de su juicio ecuánime. Y cuando veíamos películas, pasábamos las tardes abrazados, besándonos entre los diálogos, entrelazándonos. Mi cabeza sobre tus piernas, la tuya en mis hombros, tus piernas sobre las mías, mis brazos entre tus piernas, mis manos tomando tu cintura, tejiendo cariños entre tus cabellos. Todas esas cursilerías con las que nos llenábamos los oídos, tu sonrisa. Más güisqui, relleno el vaso. La noche allá afuera devorándolo todo, cayendo sobre las calles con todo el peso de su negrura.
jueves, octubre 12, 2006
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1 comentarios:
Hermoso
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