domingo, octubre 15, 2006

Unas cuantas palabras...


¿Qué hace uno cuando se le acaban las historias? ¿Cuando no quedan más anécdotas, ni leyendas? ¿Cuando ni siquiera las palabras tienen la fuerza para pronunciar un nombre? ¿Cuando sin darse cuenta todo se ha venido abajo y no hay manera de recomenzar? El verbo hundiéndose en una ciénaga nocturna, ahogado con su estola de tormenta, muriendo en un burbujeo solemne de ascensiones nitrogenadas. Funeral para cuentistas y juglares, indigna apoteosis del drama, epílogo sumario de finales fracasados. Y que sigan las ennumeraciones, las listas, se dilata la aureola sintagmática con la que nominamos al mundo y vuelan las palabras. Detonan los núcleos semánticos en un fuego de absurdos, de sinsentidos, de vueltas de página hacia la nada. Réquiem para el lenguaje, para esa ilusión de grafías lívidas con las que cada noche te puedo decir al oído - Escúchame...- Así quedó mi lengua, letárgica, entorpecida por el peso de los símbolos, por la consistencia indigesta de los conceptos y por la moldura estática de un par de palabras, una serie de letras muertas que nunca entendiste, señales estériles de una sentencia sencilla, de un sentimiento incomunicable, intransferible, hermético a pesar de las sonrisas y los besos, inútil como las tantas veces en que te repetí: -Te quiero...

1 comentarios:

Anónimo dijo...

solo se dice YO TAMBIEN