Ya desde antes de nacido se sospechaba la rareza, se presagiaba la variedad singular de lo que más tarde sería Hipólito Rivera Quintanilla. Los doctores dictaminaron a partir de los ultrasonidos realizados a la madre - ¡Sra. su hijo es una suerte de feto pisciforme! – concluyeron los facultativos con tono erudito. Y no fallaron los augures, nomás que en ves de nacer con forma de pescado, la criatura salió con una cabezota de caballo, con una jetota equina nunca antes vista. Lo esperaban rechoncho y mofletudo, rosado como todos los chamacos, y vino con esa carota alargada, cetrina y un poco alelada. Con unos labios gruesos que ya proclamaban la envergadura de sus dientezotes. Los ojotes bovinos, como mirando desde detrás de un corral. Las orejas medio afiladas, temblorosas, y la nariz húmeda moqueando como un albañal minúsculo ofrecían un espectáculo atrayente, provocando un asombro indeciso en los testigos.
-¡Ya le veo la pendejéz! – decía furibundo el padre, como reclamándole a los médicos, echando pestes a diestra y siniestra desmintiendo el tropezón en su descendencia, le preguntaba a su mujer -¿Y ahora me puedes decir que chingados vamos a hacer con este escuincle? – La madre tímida, avergonzada respondía desde su docilidad, desde su amaestramiento doméstico – No sé amor…No sé…- Y llegaron los abuelos y los tíos de la capital, los primos de los united states con sus ¿How are yu? y sus ¡Oh my God! ante la sorpresa del nuevo párvulo. Un salto evolutivo, una mutación fortuita les daba ahora un familiar excéntrico, un ejemplar único que resaltaba del resto de la familia, se hacía notar con su figura caballuna, con ese porte ecuestre que lo dotaba de una estrambótica finura.
-Hipólito se llamará…- dictaminó la madre envuelta en los delirios rosáceos del post-parto, absorbida por su nuevo rol de madre, embebida en quimeras maternales en las que todo era tierno y suavecito. Más no vislumbraba lo que vendría más tarde, el calvario funesto del nene en crecimiento; los vómitos, los salivazos, las tardes diarreicas y lo más importante, el relincho… ¡Sí! Porque la bestezuela relinchaba, se desgañitaba en relinchos estridentes, parecía que se ahogaba, que le faltaba el aire. CONTINUARÁ…
lunes, octubre 23, 2006
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