Las azoteas, el otoño, Ciudad Hermes, los cigarrillos Príncipe de Zanzíbar, la marihuana de Zaire, los riots en la calle. Ella vino con una beca, era el sol, vino a fotografiar el sol, un catálogo de atardeceres en Ciudad Hermes visto desde las azoteas más interesantes. Yo era su mentor, yo también tenía una beca, una novela que iba sobre un chico quien se enamoraba de una mujer solar que fotografiaba atardeceres desde las azoteas más interesantes de Ciudad Hermes. Polaroids, mi personaje prefería las Polaroids y ella también. Subíamos al Palacio Imperial, a la Torre Hammond, a la Biblioteca Nacional y a las otras ciento un locaciones de los cielos, nos fumábamos un porro africano y contemplábamos lo atómico, octubre del desierto y la nación relámpago, anaranjado y cegador reflejándose en los edificios de cristal. Ella no acababa de fotografiar el ocaso, le daba miedo, a mí también y lo mismo a mi personaje, decíamos que aquello era el Fin del Mundo, demasiada luz nuclear al fondo de los edificios esqueléticos, mañana ya no habría otro atardecer. Buscábamos las sobras del alimento solar, nos desnudábamos sobre el toldo de lámina aún caliente del techo de la Fábrica Fuller, calor, calor, su cuerpo sonrosado por la troposfera y cuando todo terminaba encendíamos un cigarrillo –Príncipe de Zanzíbar, los tabacos más finos de Ciudad Hermes –que humeaba azul como el neón de los edificios por la noche. –Mira mi sol – le decía soltando una bocanada de humo sobre su pubis, el vello dorado tornasolaba con la llegada de la nube y la coloración que le diera la intermitencia del neón en tal o cual azotea –tú posees también tus atardeceres íntimos. Así hasta que pasó lo del riot. En Advenimiento de la República esquina 16 de Marzo fumamos un porro, fotografiamos el sol, la osamenta de los rascacielos, nos echamos sobre el techo y en la noche con humo azul escuchamos las sirenas, las consignas antifascistas en contra del Emperador, las señales de advertencia y los ladridos de los doberman de la Policía Imperial. Fotografió la resistencia, la brutalidad del Estado Policial, la represión del Nuevo Orden porque ella era el sol y llevaba calor a un mundo, a otro mundo en donde no sucedía aquello, a un mundo en el que habría otro atardecer al día siguiente y ya no solamente al fondo de los edificios esqueléticos. Como todo sol tuvo su cenit, publicó las Polaroids en la red; pero su ocaso fue a los ocho días, tuvo a la Policía Imperial con un doberman olfateando su apartamento. –Ponme en tu novela –me dijo antes de salir repatriada para su país –y que no haya perros, que los perros no maten a mi personaje- y yo le contesté que no, que no habría ni perros, ni Policía Imperial, ni política de Ciudad Hermes sino sólo el sol, calor, calor. Mi novela empezaba encendiendo un porro de Zaire al atardecer y terminaba en la noche con el humo azul de un Príncipe de Zanzíbar, mi novela acababa cuando el personaje decía –Mira mi sol, tú también posees tus atardeceres íntimos.
miércoles, octubre 25, 2006
Portugal
Publicadas por Neónidas: a la/s 12:36 p.m.
Etiquetas: mundos perdidos
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1 comentarios:
todos soñamos con que despues de nuestros atredeceres intimos no haya perros...
abrumante
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