Aún respiraba. Se notaba poco a poco el rugir de sus deseos. Total, nadie sabía que ella estaba allí. Que el veneno de aquella mirada era el único instante de verdadera felicidad. La lluvia caía en espasmos crecientes, no había cielo. Contorcionada y minimalista, parecía dormir. En un sueño de agua que calculaba miles de instantáneas, sólo ella. Sin embargo los pasos fúnebres no hablaban de redención, a veces gritaban o simplemente se dejaban llevar por el líquido suicida. Respiraba en tiempos incontables, respiraba en fractales y en restas enfermizas. La calle deprimida, los años trazando líneas en su epidermis. Sin cielo las gotas engordaron sobre su cara pálida de amor inconciente. Menos respiros, más suspiros y mojada la muerte la miraba desde la acera de enfrente. Con una risa automática, en el prisma de los charcos se le podía ver tan tierna y blanca como ella misma. En forma de gota de lluvía o de árbol seco sin ramas. Respiraba el elemento, no aire, la sustancia orgánica que la muerte nunca había sentido en sus labios rotos. Llegó el último respiro, la definitiva confesión ante la temerosa amiga del sueño. En aquella mirada envenenada, ella soltó un par de viejas gotas saladas que se confundieron con el llanto del no cielo. La muerte tan aguda cruzó la acera en tiempos magicos, la sacudió delicadamente y mientras ella que ahora ya no respiraba, levantó la cara de agua y sonrió en miles de arrugas que la muerte tan tranquila lamió para terminar el trabajo suave, perverso. Los pasos siguieron, el cielo no salió y nadie sabía que ella estaba allí, pero en algún segundo, cuando el sol salga, la muerte estará en la acera de enfrente, tan guapa y enbarnecida, generando refracciones todavía brillantes llevando iluminados que siempre han estado aquí.
(Foto: Sirkka-liisa konttinen)
(Foto: Sirkka-liisa konttinen)
2 comentarios:
encantador. resucita mi muerte y mata mi sueño...
1,2,3...4 y no mas, yo se lo que es
Publicar un comentario