domingo, octubre 01, 2006

Frontera

Ciudad Hermes empieza en la noche. Antes no. Antes de que la frontera quede señalada por los límites enrojecidos del ocaso, no hay nada. Todo es una urbe de isla, flotadora con sus habitantes a cuestas por un limbo desmañanado de rutinas en el que se advierte la expectativa transeúnte de mirar al cielo y su presagio acogedor, o al correr de las manecillas en los relojes promisorios del sombrío arribo de la vida en la ciudad. Por el día la ciudad es una orquídea enferma, la mueca de beso, hinchada y muerta, de alguna enamorada que el príncipe abandonó a la suerte de la sal y entonces pasa: los parques, las avenidas, los ventanales, los rostros se inundan de luz, el escudo solar seguramente se precipita hacia un inframundo solemne y en algún lugar se escucha su desplome. Los colores no existen más, sólo ese légamo, dorado y cegador, que incinera todas las superficies, acaso el último alarido de batalla que el guerrero del día lanza antes de morir, una viscosidad luminosa que se adhiere por un rato epilogando su huida. Ciudad Hermes guarda silencio; su mentes, sus parques, sus calles, su nombre secreto. Los cristales de los rascacielos no pueden contener el grito prolongado del sol y se olfatea una ceremonia, tocada con un órgano de colores más que de notas, colores de telón y de raíz que esgrimen gemidos poderosos bajo nuestros pies, o de bálsamo que se ha dejado en libertad por la ciudad para encender el ritual púrpura del neón. Ciudad Hermes existe a partir del neón; cuando los perímetros de halógeno en las azoteas de los edificios, puestos ahí para enmascarar las fachadas de su cascajo enmohecido, son activados en la órbita unísona de promocionar la noche, cuando se prenden los leteros de Fanta y de Canon, o los radiales espectaculares de Parmalat y las pantallas de plasma sobre los puentes peatonales lucen más redentoras que nunca, puede uno decir, al fin que, después de un peregrinaje depredador y el triunfal engullir del día, por la retaguardia sideral de la Nación Oscura, Ciudad Hermes ha llegado al espacio de nuestra noche y la avispa eléctrica del neón lo celebra, hundiendo el aguijón de su estridencia sobre las pupilas de todo aquél que no lo haya advertido.

Fotografía:http://www.deviantart.com/deviation/12975558/

2 comentarios:

W.J. Porter dijo...

Por algún motivo Ciudad Hermes me remite a una cruza entre Tokyo y Ciudad Gótica. Me gsutaría leer más sobre este lugar. ¿Cómo son sus arrabales? ¿Quiénes somos sus habitantes? ¿Por qué huye del día? ¿Sus gobernantes también son unos asnos? ¿La cuestión del neon es por los mismos motivos que en Amsterdam? Tantas preguntas...

nacho dijo...

Distrae el alud de adjetivos en las 3/8 partes iniciales del relato. Cd. Hermes va haciendo visibles los puentes hacia una realidad sospechosa conforme avanza el relato. Los espectaculares y comerciales atrapan a un receptor del DF que ha perdido su capacidad de vislumbramiento.

un aplauso desde Hermosillo

nacho mondaca romero