jueves, agosto 17, 2006

ESTACION BOLIVAR



El caudillo es ya viejo; pero visita la plaza de aquella ciudad que asaltó a castillo cuando la Noche de San Lorenzo. Enjuto en la dureza de sus carnes y sus pómulos peñascos de la brisa andina, extiende el brazo, mano anillada del Supremo Mandatario en una heráldica de dragón iridiscente, y el beso sacro de los niños. Él, con poética ensoñación de abuelo, declama a infantil coro el panegírico de la Patria Grande memorizado en la tradición de la escuela rural. De los campanarios, severos al Ángelus de las doce, cumple el tiempo su misión de esquirla y pende el daguerrotipo de Dinamarca con la imagen enflorada del joven Libertador de las Américas. El caudillo es viejo pero lleva, en su espalda de promontorio ecuatorial, la denostación de sus dominios, irreconocibles hasta en los libros de geografía con tantas definiciones para Alpaca y Cocodrilo. Acaricia el rostro solemne de los indios con el vapor propio en la mirada de los lobos negros, y tantito se da un momento para hablar con Dios, bajo las torres de la catedral podrida, donde el amigo de antaño, en la leyenda de los soles, cayó para salvarle la vida. El caudillo es ya viejo pero la gente igual llora, las ancianas plañideras en su manto de viuda lagrimean en quechua las eternas gracias cuando niñas, sin él, continuarían sufriendo por el tirano Rosas. El caudillo es ya viejo y no sabe que la revolución se gesta en la sierra descuidada, “Contra el dictador momia que nomás fulmina y prohíbe y encierra al periodista...”, y Flores tomará la plaza, a castillo, asalto y bayoneta en una noche distinta de la de San Lorenzo. Y Flores se hará viejo, como Rosas, como el caudillo que aún visita la plaza de aquella ciudad que asaltó a castillo.

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