Ardió en una nueva tarde

Entonces no hay lugar en donde aguarde amor, que usa traición y no confía ya en ninguno.

¿Qué haré cuando todo arde?

Francisco Sá de Miranda (1481-1558)

António Lobo Antunes (Novela)

Y nada de nada, las nubes chorreaban un ácido nuevo, y mis males regaban los pequeños espacios de mi epidermis, alguna que otra vez se dejaba el sol, caía y miraba, se autonombraba inmune y rompía púpilas, y nada de nada,

La arena derrumbaba tacones, sus pisadas de asfalto ya no tenían espacio en mi oído, y ahí pasaba en pluma, sola, con el sauce naranja, combinado al sol en las mañanas de octubre y yo al cielo ¿Por qué? Mientras alzaba las manos con cierta ira o rabia o enojo, nada de nada, y ella juntando los labios de algodón de feria, muy rosas, para soltar sonatas, canciones populares de esas que ya nadie conoce, miraba antenas de insectos y yo ¿Por qué? Las noches olían a sus pasos y a sus notas y a sus pies y a su sexo,

Nunca miraba, a veces veía pero nunca miraba, y el sol en las aceras provocando espasmos, las nubes ausentes y el aire rígido moría lentamente, unicelular y ella en viento, sola, naranja, silbando dunas y provocando grandes bailes en los insectos, brillaba al oriente próximo y nada de nada,

La tarde que ardió, aquella tarde que todo ardió, las ranas no croaron y los árboles lloraron ázucar, los labios de algodón espasmódico rociaron de un tibio azar las olas tan lejanas, y yo ¿Por qué?

Sus pisadas flotantes se detuvieron en un compulsivo deseo, los carnosos rosados se separaron para brillar en palabras y ella ¿Por qué? Y el sol que no perdona amores sordos, el sol que no ama noches sonoras, el naranja se hizo fuego y los insectos dejaron de bailar y las tacones de flotar y las miradas de llorar, ardió, en pequeñas sombras ardió, los labios callaron, la tibieza de la tarde sopló un poco de paz, la ceniza volcó el tiempo y fue devorada por mis oídos y nada de nada,