La miró preciso con sus ojos claros, verdes. Ella terrible e intacta, asesinada por varias piedras purificadoras. Alguien levantó un grito al viento, María. María que amaba y gozaba, que en las noches de estrellas glaciales se tocaba pensando en aquél que revivió al hermano y que ahora hablaba muerto y lloraba muerto en la oscuridad del desierto.
Sin soplos en el pecho, la mujer pecadora se dejaba morir en los brazos de un amado que jamás pudo sentir dentro, el profeta del amor que nunca gimió de placer a la noche, que nocturno sabía su destino hacia la cruz. Sin embargo una María, una segunda, le tocaba el hombro fláccido para levantarlo y consolarlo, para aventarlo a la arena caliente y gruesa y después hacerle el amor al resucitador.
Ahora no llora más por su amada la puta, ahora ama a otra María que no es su madre, ahora sabe que la muerte y que el amor del que habla no vale sino es con sangre y fuego interior. El carpintero sigue su camino a lado de la muerte. Siempre la muerte. Caminará muchos años más y recordará a la puta de piernas largas y astutas. Su amor germina en odio y en palpitaciones y en voces dentro de su cabeza que seguramente serán confudidas por las de algún Dios que jamás aprendió a llorar o que simplemente no le importa que su hijo ame.
jueves, julio 20, 2006
El trío de Magdalá
Publicadas por Neónidas: a la/s 11:11 a.m.
Etiquetas: religión
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5 comentarios:
Religiosidad romanticona???
???????????
JAJAja claro que recordara a la puta de patas largas.
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