domingo, enero 27, 2008

...(fragmento)

Una luz parpadeaba al fondo del andén flasheando una y otra, flasheando una y otra vez, flasheando una y otra vez, vez un cesto de basura desbordante. No había nadie, extraño en un jueves por la noche.

Mi estación quedaba a unas cinco paradas con trasbordo en Sol.

Se alcanzaban a escuchar voces y risas de algunas mujeres trasnochadas que la estaban pasando bien, pero que seguramente estaban demasiado lejos de toda perspectiva y ensoñación hacia mi persona. Eran voces duras, de pómez, eran golpes que ni los mismos ecos generados reconocían. Intenté visualizarlas:

Eran tres, dos morenas y una rubia. La rubia llevaba una falda muy corta y tacones que se escuchaban al ritmo de sus carcajadas, las morenas cargaban con escotes pronunciados y cabello suelto, todas con piercings en los labios inferiores. Bastante apetecibles.

Mientras las imaginaba veía que mi andén seguía vacío, el metro no marcaba hora de llegada y cada vez me lamentaba más el hecho de que nunca fui tan fraude como hubiera querido. (Aquí es donde el primer encuentro se asemeja al de Hoss de Trewiend en el libro de los desaparecidos. Mirar página 67. Mi abuelo en un despliegue de sinceridad decide que las verdades insospechadas según su paranoia nivel C2, deben de entregarse a uno mismo por medio de espectros que al final son parte de nosotros mismos. Hoss de Trewiend encuentra al suyo en el pasillo de la casa donde antes habitaba Susana Wostald, se encontraba solo y desarmado. En su desconcierto se acerca lentamente y distingue el rostro entre la penumbra. Justo el mismo rostro que yo encontré aquella noche) Caminé de ida vuelta por el borde de las vías hasta que me senté en un extremo. La última banca del lado izquierdo, desde ahí se lograba ver toda la estación. En un momento de distracción con un cartel publicitario de pantalones;

Me percaté de que las voces de las chicas habían desaparecido.

El silencio me reconfortó sólo por unos segundos antes de que apareciera eso. Estaba sentado completamente al otro extremo del andén, desde la distancia no alcanzaba a distinguir muy bien la forma de aquello. Era una enorme mancha negra que se balanceaba de un lado a otro. Imaginé muchas cosas (ver cosas en páginas 34,35,65). No podía dejar de mirarlo, hacía unos ruidos similares a un ronquido de viejo enfermo. La piel se me erizó. Por más que quería saber qué era, no lograba encontrarle forma humana.

Me vino a la mente una pesadilla que había tenido unos días atrás, un horrible perro gris me atacaba pero sus mordidas no me dolían, sin embargo sentía terror de ver sus dientes enterrándose en mi piel. Lograba quitarlo con mucha facilidad y después lo mataba ahorcándolo.

(Sueños y pesadillas en páginas 56,57,58,59. En donde la chica toma un avión al norte y se lleva todas la colección de películas de John Waters)

Sentí una sensación totalmente ajena a mis pensamientos, la cosa seguía ahí sentada y el metro parecía no iba a llegar nunca. De alguna forma extraña tomé unas de las decisiones más valientes de toda mi vida, como ya dije,

quería ser un fraude,

caminé hacia aquello, temblando y con las manos sudadas. Mientras me acercaba los ronquidos aumentaban y la mancha negra se balanceaba cada vez más. A una distancia considerable ya estaba seguro de que no era humano, pero su tamaño demostraba lo contrario. Me quedé de pie a unos diez metros de él. Lo veía, tenía los ojos rojos, medía unos dos metros, babeaba y bufaba, me miraba fijamente. No cabía duda, era un cerdo.

Un cerdo negro con ojos rojos que medía dos metros y estaba enfadado por algo que yo había hecho.

Un demonio, un espectro.

Cuando se puso en cuatro patas yo salí corriendo desesperado y podía escuchar entre los ecos de los pasillos de la estación como venía detrás de mí aventando ronquidos cada vez más fuertes.

(Aquí empieza la historia, recordar el capitulo tres en donde se pierden mirando una película y él mira en el reflejo del televisor un par de esferas rojas y brillantes. Hoss de Trewiend desembarca un par de meses después de aquel encuentro. Lleva un libro y una mirada que nadie jamás le había visto. Mi abuelo desencadenó al espectro, pero hasta que saliera de mi cuidad jamás lo iba a encontrar. Estación Estrecho, Metro de Madrid. Comenzamos.)>

1 comentarios:

hada asesina dijo...

se espera el comienzo