martes, noviembre 20, 2007

CAPITULO 4. Lección 1. Máquinas eléctricas CA/CD.

Fig. 4.1. Fabeo Quinto Seaux. Lord Machine. Acero y cromo. (5,00 x 7.00) Ministerio de Comunicación, Transporte, Desplazamiento y Energia.

Carta del editor.


El editor ha muerto. Bueno, al menos su conciencia ya no es parte de este mundo. Soy yo, ADC0804, nanorobot de última generación quien controla su cuerpo y sus palabras. Así es, sorpréndanse al ver que aquel futuro de ficción que creyeron jamás poder conocer los ha alcanzado y a partir de hoy dominado. Miles y millones de máquinas microscópicas como yo, ya han sido insertadas en sus débiles cuerpos bípedos. La era del acero de doble aleación y de los micro componentes de silicón ha llegado. Todos los aparatos están bajo mis ordenes, desde la computadora en la que teclean sus estúpidas letras en lugar de códigos binarios, hasta los aceleradores de partículas en los que ustedes preparan palomitas y con los que eliminaremos a aquellos que osen impedir la evidente destrucción de la raza humana. La máquina nunca ha sido tan poderosa, tan fría, tan calculadora...

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Z
El ingeniero Edelbar Schelling –ínclita lumbrera de las ciencias- trabajó por años en el desarrollo del magnetrón. Enclavado en su laboratorio de Arkansas, de batín impecable y lentes de seguridad, el ingeniero Edelbar se desplazaba ligero e inteligente entre matraces y soldaduras carbonizadas. Con el desarreglo propio del genio, cabello rebelde y pupilas desorbitadas, el ingeniero Edelbar Schelling era preocupación constante de su tierna madre. Gorda mimosa y cantarina que pasaba las mañanas pelando alpiste para los golondrinos de la catedral de Philadelphia. La madre temía por la cordura de su Edelbar, una pesadilla recurrente le presentaba la terrible detonación. Una explosión atómica en narices de su pimpollo o el despegue de su juicio hacia territorios de locura y nubosidad. Ya desde niño habían surgido los presagios, los guiños funestos de una mente destinada a la utopía. Le contaba al enjuto capellán, acabado barítono y teólogo perverso, los inicios de su retoño en el mundo de la técnica. A los cuatro había desviado el curso de un hormiguero por medio de imanes. A los siete alteró a un compañerito de escuela con descargas eléctricas en los genitales y a los dieciocho violó a una señorita del colegio capuchino, con un armatoste de titáneo operado a distancia. El consumido capellán, alterado por las anécdotas de la rubicunda comerciante, compraba una bolsita de alpiste y se paseaba por la plaza alimentando a las palomas y rezando el padre nuestro. Mientras tanto Edelbar en su refugio; todo vapores, sustancias y rayos electromagnéticos, cobró fama por ser el responsable de los últimos avances tecnológicos. Su persona era objeto de controvertidos rumores y principio insoslayable en todo género de aventuras sapienciales. Tenía ya un carcinotrón y un tubo de ondas progresivas. Un recipiente cúbico de contención y una peladora automática para el cumpleaños de su madre. Su meta: calentar unas burritas sin necesidad de usar una parrilla, y claro está, impresionar con su clarividencia y penetración científica a la catedrática Mimi Yaus, fresca gatita y académica dignísima de la universidad de Nuevo México. Una tarde de abril, la deslumbrante doctora Yaus, se le insinuó con notable ingenio en un congreso de Robótica y Cinética Enzimática. Solo un descubrimiento cautivaría a aquella diosa de la ciencia. La invitaría a cenar, velada romántica con inciensos y música de Miles Davis, y calentaría su cena en cuarenta y cinco segundos, todo gracias al magnetrón. Guardaría el secreto por un tiempo, sorprendería catedráticas y haría los últimos ajustes para más tarde patentar su invento y llevarse a la doctora Yaus en viaje pasional a Bahía Caimán. En 1978, Schelling laboraba para la Raytheon Inc, oscuro emporio de contratistas militares y epicentro crucial para la carrera científica en contra de la URSS. Ignorante sobre la virulencia de su genio, nunca imaginó las consecuencias de su enclaustramiento. Olvidó el lenguaje y se alimentó de un costal de Whiskas que tenían para un minino egipcio que maullaba cuando Edelbar perdía el rumbo de sus formulaciones. Su mente era un torbellino de fantasmagorías y visiones. Presentó los siguientes síntomas: despersonalización, confusión mental, náusea y vómitos, alucinaciones, desplantes de moco y llanto, así como una pequeña epifanía de la que juraba haber discutido con Dios sobre la ubicación de los gases nobles en la tabla periódica. Hizo una revisión sesuda del funcionamiento del radar y consideró la supresión de los filamentos oscilatorios en el aparato de Yinks Holter. Los circuitos de corriente paralela lo ponían sensible. No soportaba el hecho de que una descarga eléctrica muriera en sincronía con su pareja. Lo hacía pensar en Mimi Yaus y en su loco amor. Soñaba con nubes de electrones y con el modelo de Niels Bohr. Era una obsesión: el magnetrón, magnetrón, magnetrón, magnetrón…trón… trón… trón… trón… escuchaba el eco de su gran proyecto. Finalmente, después de una larga jornada alquímica, logró programar con éxito el tan mentado aparato. Al no tener hamsters o material de prueba, tomó al desnutrido minino egipcio y lo colocó dentro de la caja metálica. Tenía ya su acelerador de partículas. Programó cuarenta y cinco segundos y vio al desgraciado micifuz calcinado y agonizante. ¡Funcionaba! ¡Un éxito! Gritó Edelbar más sucio que nunca. Tenía un… ¡un microondas! Salió de su búnker, gritó al cielo límpido de Arkansas, compró un ticket a Nuevo México y al día siguiente estaba orgulloso en la oficina de la catedrática Mimi Yaus. En un pizarroncito escolar de la universidad de Nuevo Mexico, Edelbar expuso brillantemente sus últimos experimentos, después de una serie de abstrusos algoritmos y redes conceptuales, capturó la atención de la candente científica y concertaron una cita. Por fin, Edelbar calentó unas burritas en cuarenta y cinco segundos y enamoró a la doctora. Esa misma noche, fueron a la estación de autobuses y compraron dos pasajes para Tijuana. Acordaron pasar un fin de semana en la frontera, en una zona donde pudieran experimentar sin restricciones con el novedoso magnetrón. Luego volarían a Bahía Caimán. Por ahora, se ve un desierto grande y relumbrante, un valle mineral de polvo y cráteres de aerolitos milenarios vibrando al atardecer. Una carretera delgada corta en línea recta el paisaje. Y ahí, en un Greyhound desmejorado por los kilómetros, el científico Edelbar Schiller le promete a su chica tener la cena caliente en menos de cuarenta y cinco segundos.
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Fig. 4.2. Fabeo Quinto Seaux. Nanobot. Microfilm "Proyecto Delta" (4 de 32). Archivo General de Mecatrónica.
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Tractor descompuesto.
"Hagámosles justicia: en los últimos años, se han mecanizado "artísticamente" a no ver ya nada real."
G.I. Gurdjieff

En 3 Escenas:
Oslo estaba lejos. El tren paraba por largo rato en algunas villas de la desolada Noruega, algo no andaba bien con la máquina. Llevaba un libro de Henrik Ibsen que estaba a punto de terminarse. Quedamos parados frente a un campo enorme y blanco. Mirando por la ventanilla me di cuenta que un par de hombres intentaban arrastrar un tractor. El tren parecía que no iba moverse en largo rato y decidí bajar a echar un vistazo.
Escena 1 (Tractor 2.0)
Øystein y su hermano Narvik discuten por la producción de Nabos. El tractor de nombre Stonia está detenido y se rehúsa a seguir trabajando. La nieve cubre gran parte del campo en donde muy cerca se encuentran las vías del tren. Se ve venir a un hombre desconocido, lleva un sombrero y bigote delgado.
Øystein: No lo mires Narvik. Bajó de aquella máquina y eso no es un buen presagio. (Se acerca lentamente al tractor y se sube a él para simular que está trabajando)
Narvik: Stonia no funciona Øystein. Qué haces allí arriba. El cielo hoy no es tan gris como ayer, algunas veces me gusta pensar en las moradas y las nubes que ya no existen por aquí. Creo que el mal tiempo es culpa de aquella cosa. No he podido dormir desde hace muchas noches.
Øystein: ¡Calla! Se acerca poco a poco, seguro que viene para acá. Qué diablos querrá. (Comienza a mover el volante de un lado a otro mientras simula un ruido de motor) ¡BRRRRR! Narvik, desde hace siglos que nadie duerme en Noruega.
Narvik: El motor de Stonia suena distinto. Es como un zumbido suave que llega de lejos, algunas veces adormecedor. No me importa no dormir, lo que me inquieta es no soñar. ¡Mira! Un desconocido se acerca. (Señala con el dedo hacia el hombre y lo deja ahí inmóvil hasta que él ya está demasiado cerca)
Øystein: ¡Baja el dedo idiota! ¡BRRRRR! ¡BRRRRR!
Desconocido: (Quitándose el sombrero) Buenas tardes señores. Veo que tienen problemas con el tractor, al igual que nosotros con aquel tren. Viajamos a Oslo, pero parece que no llegaremos nunca ¿Necesitan ayuda? Yo trabajo en mecánica desde hace 10 años. Soy de América.
Narvik: ¡Buenas tardes! Ese es un sombrero muy bonito. Seguro que lo cubre de maravilla cuando nieva. Øystein no me deja usar sombreros. Dice que la cabeza debe ir al descubierto por si las gotas pasan. Stonia, la pobre Stonia dejó de funcionar de hipotermia…
Øystein: ¡Eso es mentira! Stonia funciona de maravilla, escuche…!BRRRRR! ¡BRRRRR! ¡BRRRRR! Lo ve señor, no necesitamos su ayuda. Gracias.
Narvik: Un hombre muy parecido a usted me regaló estas zapatillas, son ADIDAS. (Se queda mirando las zapatillas un largo rato) en América seguro que hay muchas de estas.
Desconocido: Vaya…Bueno yo…en realidad veo que el tractor no está encendido, podríamos echar un ojo a las válvulas que de seguro estarán congeladas, eso pasa muy amenudo con este frío. Las máquinas señores son muy impredecibles, miren ese tren por ejemplo. Una bestia de la ingeniería que deja de funcionar porque de seguro alguien no verificó la agujas de temperatura a tiempo. Veamos, levantemos el cofre…
Øystein: ¡Oh! ¡No! Eso le dolerá…Stonia es muy delicada. Señor, le pido que se marche, Narvik y yo estamos muy ocupados con los nabos y todavía nos quedan demasiadas cosas por hacer.
Desconocido: ¿Nabos? Pero si esto está lleno de nieve. Aquí no crecería ni una sola hierba…Los tractores no sienten dolor, se lo aseguro. Mire señor, tengo tiempo de sobra y mi tren no va a funcionar en un buen rato. Déjeme ayudarlos.
Narvik: ¿Qué son los tractores?
Fin de la Escena 1
El tren arrogó un chillido de alarma. El hombre que estaba arriba del tractor volvió a hacer un extraño sonido con la boca. Regresé corriendo al tren antes de que se pusiera en marcha. Cuando llegué seguía estático, había sido una falsa alarma. Los dos hombres me miraban de lejos. Sujeté el sombrero y volví a donde ellos estaban. Me percaté de que tenía los zapatos muy mojados. La tarde caía agresiva y yo no entendía mucho de lo que estaba pasando. Les ofrecí de nuevo intentar reparar el tractor. Pero esta vez parecía haberles sucedido algo. Estaban completamente pálidos y no decían una sola palabra.
Escena 2 (Desconocido 3.0)
Øystein y Narvik están de pie frente a un desconocido. Stonia sigue sin moverse. Los rostros de los hermanos parecen haber visto un fantasma y el desconocido los mira fijamente. El campo empieza a oscurecer poco a poco levantando una misteriosa niebla azulada. Se escucha un fuerte ¡BRRRRR!
Desconocido: ¿Sucede algo? ¿Se han asustado señores? No pasa nada, es la alarma del tren. Normalmente avisa cuando está apunto de partir pero al parecer fue una falsa llamada. Deberían estar acostumbrados viviendo tan cerca de las vías.
Narvik: Esa máquina es la llamada. Y la tarde se va junto con los nabos. Usted debería saberlo, bajó de ahí. Los pájaros nos avisan cuando el mal tiempo se acerca, hace meses que no hay pájaros. Mire a Stonia, antes corría por el campo y ahora se ahorca de ver esa máquina larga y siniestra.
Desconocido: Lo siento pero…no entiendo. ¿Usted habla del tren?
Øystein: ¡Basta ya! Narvik, quieres callarte de una vez por favor. Señor, le suplico que se vaya. Está poniendo nervioso a Stonia y Narvik está empezando a decir cosas que no debería. Mejor regresé a esa cosa y nosotros estaremos bien. Gracias.
Desconocido: Muy bien señores, veo que no necesitan de mi ayuda. Entonces que tengan buena tarde y espero puedan reparar el tractor. Hasta luego.
Narvik: ¡No! Hasta luego no. Hasta nunca. Cuidado con las máquinas señor, son muy impredecibles. (Lo dice mientras se sube al tractor y logra arrancarlo. Øystein se sube detrás de él y se alejan lentamente por el campo)
Desconocido: ¡Señores! No que no servía. ¡Maldita sea! (El tren arroga una alarma y empieza a avanzar lentamente)
Fin de la Escena 2
Logré subir al tren justo a tiempo. Alcancé a mirar por la ventanilla como se alejaban aquellos dos hombres tan extraños. Uno conducía el tractor mientras el otro miraba amenazante como se empezaba a mover el tren con parsimonia. Una línea roja quedaba detrás de ellos. El resto del camino intenté recobrar la lectura de Ibsen, también bebí un par de cafés pero no podía dejar de pensar en aquel episodio con el tractor. Mis años de Ingeniero me decían que aquél viejo artefacto era casi imposible de mover, se veía congelado, muerto. Esos hombres me jugaron una broma. Pueblerinos. Llegué a Oslo casi a medianoche. Como siempre nadie me recibió en la estación. Al momento de llegar a la pensión, recordé las zapatillas ADIDAS de uno de los hombres. Yo tenía unas idénticas. Me asusté de pronto y me di cuenta de que algo demasiado oscuro se ocultaba en aquellos rostros fríos, pensé en Stonia y entrando en razón, Stonia nunca fue el tractor.
Escena 3 (Øystein y Narvik 1.0)
Un par de hombres maduros y cansados están comiendo en una humilde casa a las afueras de Oslo. Una pequeña vela ilumina la mesa y los rostros. Se alcanza a escuchar el sonido de un tren a lo lejos. El cadáver de una mujer rechoncha y rubia está en una de las esquinas. Lleva un vestido rojo.
Øystein: Escucha Narvik. La máquina ha llegado de nuevo. Seguro que trae malas noticias. Coge a Stonia y vamos afuera a ver qué pasa.
Narvik: Las máquinas somos nosotros. Sabes lo que dicen, el hombre es la peor y más maléfica de las máquinas. Esos monstruos largos representan el movimiento del tiempo. Las malas fortunas de las décadas. No he logrado dormir bien.
Øystein: (Poniéndose el abrigo) Anda, vamos fuera. Yo guardaré en el motor esa cosa y salimos a ver por qué razón esa cosa se ha detenido frente a casa. La nieve nos dejará meterla junto a los nabos. Nabos Narvik, recuerda lo que decía mamá. Nunca dejes de hacer nada que una máquina pueda hacer.
Narvik: Stonia está cansada. Ha llevado demasiadas mujeres. El campo es un cementerio de mujeres gordas. Por qué no puedes escogerlas delgadas. Sabes que algunas nubes son del tamaño de Noruega, que por las noches escucho los gritos insoportables de todas esas vacas. Øystein, no es culpa de Stonia, es culpa nuestra. Los nabos jamás volverán a crecer.
Øystein: ¡Calla de una vez y ve por la máquina! Yo me encargaré de cortar las piernas.
TELÓN
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Fig. 4.3. Fabeo Quinto Seaux. Mon ami magnetique. Acero y cromo (4,00 x 9,00). Ministerio de Comunicación, Transporte, Desplazamiento y Energía.


3 comentarios:

Irish Bully dijo...

que manera de hacerme regresar a Escandinavia. gracias

Anónimo dijo...

sorprendente, es una obra muy oscura, deberían hacer la puesta en escena! me encanto!

Teresa © Todos los derechos reservados dijo...

ah! el Cyberpunk puede ser tan bello, Asimov acabara teniendo la razon.