La Evolución de las Mantarrayas.

A Marcelle.

Un sabio finlandés se sienta en una roca grande y triste, tan triste que se confunde con un cielo aburrido que flota arriba del mundo. Nuestro ilustrado apunta con el índice hacia el agua que se menea, intranquila, en radio a sus pies, la conjura con su voz sin prisa y dispuesta a suspenderse del éter unos cuántos siglos –Las mantarrayas también vuelan –sentencia dibujando un torbellino en la líquida película inferior –pero no son aves porque sus alas se mueven bajo la tapa del mar –termina, más con abatimiento que con ansia por emprender otra de sus ontologías. Una mano enfriada y rosa toca su hombro, sin embargo hay tibieza en las palabras que escucha –ya es tarde, si no vienes a dormir ahora, mañana estarás muy cansado –y nuestro sabio obedece poniéndose en pie y dándole la espalda al agua, se resigna a la llegada de la noche y el avance de las horas, nuestro sabio no entiende de esas cosas, tan sólo tiene ocho años.