martes, julio 11, 2006

BEIRUT INN.




A goyitrina.

Amilcar Gómez odiaba a Lima tanto o más que a los surfistas pijos del barrio de Miraflores. Detestaba vivir en el centro y no ver otra cosa que edificios podridos y chinos que vendían imágenes del papa. Le purgaba aún más que los miraflorinos se asomaran desde el malecón sobre la venerable barrera del despeñadero y pudieran transgredir los holanes solemnes de un mar, aunque fuera, podrido. “No hay ciudad más fea que Lima”, se decía a si mismo Amilcar cada que abordaba el bus rumbo a San Isidro, “no puede haberla, concluyó manoseando el sol cincuenta mientras el transporte se disparaba salvaje, dejando escapar el alma de su bocina que acometía en contra de los peatones, bajo el cielo sin luz de la avenida Tacna y su humareda de diesel quemado en la mañana gris metiéndose por las ventanas y las fosas nasales del mundo. Amilcar recargó la cabeza en contra del cristal y leyó el paisaje diario de las tiendas de chicharrón y los mercados de pulgas y los espantosos maniquíes que parecían vivos y agonizantes. Amilcar Gómez odiaba a Lima por su monumentalidad marrón, su humedad asfixiante, el cielo turbio de los meses de invierno y la dependencia fija que todo el país tenía hacia aquella central de glorias polvorientas y de momias de conquistadores que, desde sus catacumbas dominicas, continuaban atando el suspiro de las riquezas usurpadas a su ombligo oficial de historias inventadas y banderas multicolores ondeando en el Palacio Nacional. “No hay ciudad más fea que Lima”, se decía a si mismo Amilcar cada que abordaba el bus rumbo a San Isidro, “no puede haberla”.

2 comentarios:

Goyitrina dijo...

La vida latinoamericana desde un bus...

Es algo que todos los que no tenemos el ansiado privilegio del transporte propio sufrimos...

Anónimo dijo...

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