Un pingüino se llevó a mi noviecita. Sí, fue un pingüino emperador, frívolo y dandy, que me hizo consciente de la sucia calaña de aquellos ovíparos glaciales que yo siempre tuve por bonachones patinadores de los témpanos: créanme, eso del pájaro bobo no es más que una patraña de los ambientalistas.
Todo empezó cuando Emma y yo nos fuimos a vivir juntos: me la llevé de su casa, quería darle una vida digna y hacerla mi princesita. Ella era muy pequeña entonces y yo algunos años mayor, la verdad las cosas no fueron del todo bien y, después de intentar un par de negocios con ideas geniales pero con escaso capital para echarlas a andar, acabé dando clases en la secundaria a la que asistía Emma, y esto sólo porque ella me había recomendado con el director. Eramos muy pobres: comíamos sopa de lentejas y pan de caja casi todos los días y vivíamos en un cuartito de la calle Amundsen, que sin embargo Emma siempre mantenía vivo y colorido a causa de los dibujos que me hacía y que yo colgaba con imanes en el refri. Los únicos ahorros que teníamos se nos iban en los vestidos de Emma que yo accedía a comprarle en las boutiques de más prestigio como premio a sus buenas calificaciones.
Entonces apareció Waldo, lo conocí cuando fui a la Cámara de Comercio para ver si me apoyaban en una granja de camarones para venderle a los chinos. Era un hombre grande con un abrigo de foca y un diente de oro, me vio sentado en las escaleras, fumando tan triste y frustrado, que decidió invitarme el desayuno. Waldo era un magnate y estaba bien loco, su tío le había dejado una fortuna incalculable y ya se había comprado los suficientes yates, parques de diversiones, países y otros caprichos y aún seguía sin saber que hacer con su dinero. Nos caímos bien de inmediato: él igualmente estaba desesperanzado –por el aburrimiento que le producía ser rico, claro está –y así como Emma era lo único que me mantenía con vida, a él sólo lo ilusionaba un pedazo de tierra, del tamaño de Portugal, que se había comprado en la Antártida y en el que no había otra cosa que colonias de pingüinos; de hecho se llamaba Osamenta Pingüino, a raíz de las cacerías sistemáticas que organizaban los marineros argentinos del siglo XIX. Hacia el final del almuerzo, mientras nos servían el café y Waldo no dejaba de hablarme de su reinado de hielo, se me ocurrió, más para burlarme de mi pobreza que por verdadera convicción, bromear acerca de venderles suéteres a los plumíferos habitantes de Osamenta Pingüino. A Waldo se le iluminó el rostro:
-¡Qué genial idea! –dijo sonriendo con su diente de oro –hace mucho frío en la Antártida. No se diga más: les llevaremos suéteres a los pingüinos y nos ganaremos su aprecio.
Nos volvimos socios y pusimos manos a la obra: Waldo se fue a Osamenta Pingüino a empezar el negocio y yo me quedé en casa, más bien porque creía que Waldo estaba loco de remate y porque la Antártida se me hacía un lugar vacío, aburrido y tremendamente gélido en donde había noches de seis meses. Preferí continuar asistiendo a la Cámara de Comercio para seguir con el litigio de mi granja de camarones.
Nunca vi un sólo centavo y era claro que a Waldo no le interesaba el dinero: me escribía unas cartas larguísimas en donde me contaba que el negocio era todo un éxito y que los pingüinos le querían mucho, que naturalmente aún no tenían acceso al papel moneda y que no sabían nada de la economía de mercado; pero que ya había logrado establecer una suerte de interés basado en el valor porcentual de fósiles de caracolas congeladas, vistosas y de colores muy bonitos, que los clientes hallaban al fondo de sus inmersiones submarinas. Waldo me enviaba la parte que me correspondía y esperaba que me sirviera de algo, en un futuro –juraba en una carta –habría casas de cambio para la moneda del mundo antártico. Yo seguía pobre y no sabía que hacer con los pequeños cerros de caracolas que Fedex dejaba acumularse en el cuartito de la calle Amundsen mes con mes, lo mismo que las cajas de suéteres mandadas a hacer a Taiwan que Waldo me enviaba para que le diera mi opinión sobre los nuevos modelos. Emma comenzaba a sospechar: si bien le gustaban las caracolas y con ellas adornaba las ventanas, el piso de la ducha, la cocina y cualquier otra esquina que no estuviera ocupada por más caracolas o por las cajas de suéteres, una vez me comentó mientras le ayudaba con su tarea de matemáticas:
–K, ¿porqué seguimos siendo pobres?
–No somos pobres, amor –contesté –es sólo que nuestro dinero está congelado.
–¿Y porqué no lo ponemos al sol?
–No nena, no es tan fácil. Lo que pasa es que aquí nuestro dinero no vale nada, sólo en la Antártida, y eso entre pingüinos.
Entonces Emma se empeñó en hacer que fuéramos hasta Osamenta Pingüino, quería ser rica al precio que fuera. Dejó de comer y hacer sus tareas y en algún momento se negó a ir a la escuela, amenazó con regresar a donde su madre e incluso me juró que habría de denunciarme con la policía y argumentar que yo la había raptado y que abusaba de ella. Al final terminé cediendo y escribí a Waldo quien se emocionó con la idea, me envió dinero real para que tomáramos un avión a Chile en donde podríamos abordar uno de los buques de carga que llevaban suéteres y otras mercancías hacia la Antártida. Fue un viaje terrible y lleno de mareos; pero al llegar a las costas de Osamenta Pingüino nos maravillamos por el espectáculo que representaban los icebergs cargados del chismorreo de los pájaros utilizando un caleidoscopio de suéteres, jerseys, chales y pullovers.
Waldo nos recibió en el muelle con su diente de oro y su abrigo de foca, estaba contento y ansioso por enseñarnos lo que había logrado con la aldea. Mis ojos tardaron en acostumbrarse al espectáculo: Waldo no sólo había llevado suéteres a Osamenta Pingüino, sino también el germen de la occidentalización. Me impresionó observar que las familias de los sphenisciformes habitaban ahora en chozas de lámina y conducían pequeños automóviles japoneses por avenidas improvisadas entre los pasajes del hielo; pero más me sorprendió por la noche, cuando Waldo y yo fuimos a la taberna, ver a los pingüinos sentados a la mesa bebiéndose botellas enteras de whisky, jugando al póker, apostando cientos de caracolas y utilizando, con una destreza inexplicable, revólveres y cuchillos para exigir el pago de la apuesta en una agresiva denostación de picotazos. Tal y como lo había previsto, la Antártida me desagradó. Lo que era más, lo consideré un sitio peligroso, en el que las cosas marchaban sospechosamente, un lugar que no era el apropiado para que Emma creciera, y menos aún cerca de aquellos pingüinos con suéteres y sus actitudes gangsteriles. Pero en cambio mi pequeña se sintió bastante a gusto, fue de nuevo a raíz de sus caprichos que tuvimos que aplazar nuestro viaje de regreso al mundo de los humanos.
Emma, en la Antártida, no sólo fue rica sino que también se encariñó rápidamente con la comunidad spheniscidae y viceversa. Primero actuó de niñera con las madres ocupadas en ir al juego de canasta y al cinematógrafo, decía que le gustaba cuidar de las crías que parecían pequeñas pelusas con patas, y se le podía ver al cargo de un contingente de minúsculos algodones en la guardería que se creó para tal efecto y cuya inauguración tuvo que auspiciar Waldo. Después aprendió el lenguaje de los pingüinos y con él descubrió un mundo lleno de nuevas groserías, nomenclaturas para el hielo y relatos de los antepasados quienes perecieron a manos de los marineros argentinos en sus cacerías furtivas durante el siglo XIX.
Pero el principio del fin lo constituyó la entrada de Emma al asunto de los suéteres: dijo que estaban pasados de moda y que además picaban. Waldo, más para agradarla que porque verdaderamente le importara la moda, decidió delegar a Emma como directora en el diseño de las prendas. Fue todo un desastre: nadie de nosotros se imaginó jamás que el concepto de la elegancia, hasta entonces desconocido entre los pingüinos, habría de calar tan hondo y ser el catalizador de una pasión sin freno. Emma, con la autoridad de una zarina, comenzó a reglamentar los nuevos usos del vestido: si ella decía que los cuellos en V eran cosa de la primavera, los pingüinos se apuraban a gastar sus últimos ahorros de caracolas en los nuevos modelos; así como cuando llegaba el otoño y a Emma se le ocurría que los cuellos de tortuga eran lo propio. Evidentemente estas cosas hacían feliz a Waldo, quien se hinchaba de caracolas y que después ponía a circular en sus otros negocios: los autos japoneses, el alcohol o las armas; pero la demanda de un modelo específico de suéter era cada vez más creciente y más difícil de cubrir, y así fue como ocurrió lo del motín.
Emma predijo que, para la llegada del solsticio de invierno, los suéteres de rombos habrían de ser el último grito de la moda en el polo sur. Cuando ancló el barco mercante casi todos los habitantes de Osamenta Pingüino se dieron cita para comprar sus prendas antes de que llegaran a las boutiques, algunos de ellos habían ahorrado durante toda la temporada y estaban dispuestos a dilapidar lo imposible para conseguir no sólo uno, sino varios modelos. La mercancía no se dio abasto y, cuando se acabaron los casi veinte contenedores, los pingüinos que no habían alcanzado a comprar un suéter de rombos sacaron sus navajas y sus revólveres e intentaron hacerse de uno como si se tratara de cobrar una apuesta de póker. Los otros se defendieron, de un momento a otro el muelle se transformó en un zafarrancho de alaridos, suéteres deshilachados y rastros de sangre sobre la blanca pulcritud de la nieve. Waldo y yo le perdimos el rastro a Emma.
Mi pequeña no apareció, ni viva ni muerta, luego del día y medio que duró el motín y tampoco después, durante el toque de queda que impuso Waldo cuando les habló a los pingüinos por primera vez acerca de los conceptos de justicia, autoridad y policía. Se hicieron interrogatorios para dar con el paradero de Emma y en ellos descubrimos que se la había llevado un pingüino joven quien ayudaba a Waldo a llevar las cuentas de las caracolas, un pingüino que siempre andaba vestido a la moda y que recientemente utilizaba un sombrero estilo Panamá por recomendación de mi chica: el muy desgraciado se había enamorado de mi noviecita y se la había llevado lejos.
Waldo mandó pedir perros a Chile y organizó un equipo de búsqueda en el que nos acompañó el honorable y novísimo cuerpo de policía de Osamenta Pingüino. Anduvimos por los caminos subterráneos de los spheniscidae y buscamos a Emma durante tantos días y noches que en un momento perdí la cuenta. Vimos fósiles de dinosaurios, brujos medievales congelados, esqueletos de barcos balleneros e incluso hallamos una base nazi enterrada que Waldo confundió con la Atlántida, hasta que descubrimos los cuerpos de tres rubios agentes de las SS en perfecto estado de conservación; pero jamás pudimos dar con Emma.
No tengo idea de cuanto tiempo pasamos buscándola, debió de haber sido bastante pues al regresar a Osamenta Pingüino –cansados, medio locos y con las barbas sucias de escarchas y años –nos vimos en una aldea totalmente distinta a la que habíamos dejado: en la plaza principal ondeaba ya una bandera blanquinegra con la silueta de un pingüino metido en un suéter. No pudimos preguntar más acerca de Emma, un comité de las nuevas Fuerzas Armadas de Osamenta Pingüino nos llevó al Palacio de Gobierno y encañonaron a Waldo para obligarle a firmar el acta de independencia. Al final nos obligaron a comprar suéteres y otros suvenirs y nos llevaron al aeropuerto para que tomáramos el vuelo de LAN Chile en su ruta recientemente inaugurada: Osamenta Pingüino –Santiago.
Waldo regresó al aburrimiento de la riqueza y yo a la miserable soledad del cuarto de la calle Amundsen, al abrir la puerta encontré todo como lo había dejado antes de partir hacia la Antártida: las cajas de suéteres de los modelos pasados de moda, las caracolas acomodadas por Emma en el piso de la ducha y su tarea de matemáticas aún sin terminar. Tiempo más tarde un amigo me contó un dato curioso acerca de los sphenisciformes, me dijo que el pingüino era animal de una sola pareja, que cuando ésta desaparecía el macho se retiraba a dejarse morir.

- ¡Lo ves! ¡Míralo! – me gritó abriendo el paraguas. - ¡Es mi nueva arma! ¡Un paraguas con punzón y ametralladora! – se escuchaba su voz por todo el lugar. Algunas parejas de chinos lo volteaban a ver con discreción. Hasta se escuchó una vocecilla de niño detrás de la barra que dijo algo así como: - ¡Mira, es Danny Devito el artista de cine!-
Salimos a la calle con la cabeza caliente por el sake. Caminamos bajo la lluvia en busca de un taxi mientras Danny arremetía con su paraguas a manera de un rifle con bayoneta. Embestía hacia un lado y golpeaba en todas direcciones. En un momento se ensañó contra un contenedor de basura y comenzó a golpearlo.
- ¡Mierda! ¡Eres mierda Batman! ¡Ojalá te pudras! ¡Cerdo asqueroso! – pateaba con odio.
- ¡Danny! ¡Danny! ¡Tranquilízate!- le dije varias veces antes de que se lanzara en mi contra.
- ¡Tú también traidor! ¡Váyanse los dos a la mierda! –gritó arrojando el paraguas contra el piso y se perdió en la noche lluviosa de San Francisco.
Al día siguiente me llamó por teléfono al hotel y se disculpó. Nos citamos en el zoológico a las dos de la tarde. Cuando llegamos a la sección dedicada a los animales de la tundra, Danny me pidió que lo dejara solo. Me alejé a un carrito que vendía souvenirs y refrigerios y lo vi acercarse a la parte donde estaban los pingüinos. Fue conmovedor verlo ahí solo, con las manos regordetas apoyadas en el cristal, mirando a esas aves torpes e indiferentes, pensando probablemente que él las entendía mejor que nadie.
Saul Galo y Nathalea Dae Stengel, "Estampa del Alcalde" 1994.
299 x 299. Aceites y emulsiones de huevo.
*****
PATAGÓNICA
La semana pasada era octubre. Nos desvelamos y nos enamoramos, o eso era lo que yo creía. Algunas veces cometíamos la equivocación de sentirnos felices. Todo era simple, autosuficiente, y casi las tardes nos envolvían sin darnos cuenta. El verano llegaba lento derritiendo dunas de nieve, lograba pequeños ríos helados. El extremo austral se levantaba con una firmeza incontenible. Cuando me percaté de todo esto, ella ya se había ido a Chiloé y yo en mi duermevela, me encontraba completamente solo en alguna parte de la Patagonia. Aurora se fue en un ferry rompiendo enormes bloques de hielo. Aurora me dejó a la mitad de aquel desierto blanco. Aurora en realidad nunca me amó. Me quedé dos semanas en un hostal de Neuquén. Desde mi ventana se lograba ver la línea imposible del horizonte. El sol se ocultaba por esa misma línea, fatigado de tanto hielo, de mis recuerdos y mis llantos. Mi barba creció al contrario de mis huesos que se encogían, pensé en alcanzarla, inclusive matarla, pero nada de eso me hubiera hecho feliz. Decidí irme a Tierra del Fuego como última oportunidad para alcanzar el olvido. Imposible lograr el olvido a menos cinco grados, mi cara se quemó, los dedos de mis manos se inmovilizaron y mis latidos diminuyeron dramáticamente. Me desvanecí al centro de una tormenta, en mi delirio llegó él. Me miraba fijamente, en su rostro se juntaba la nieve sin parecer afectarle, acercó su pico a mi rostro y se quedó a mi lado. Borrosamente lo miraba intentando comprender la situación. El pingüino se quedó ahí. Caminó lentamente hasta quedar demasiado cerca para mi vista, se sacudió la nieve de su cuerpo y me dijo en voz baja:
-No hay salida Ww-
Sentí la sensación de dormirme, pensé en Aurora y en sus labios:
-No hay salida Ww-
Abrí de nuevo los ojos con mis últimas fuerzas y ahí estaba él, con la mirada ausente, penetrante y oscura, torció el pico hacia mi oído y dijo de nuevo:
-No hay salida Ww. El engaño y la sangre se calientan. Entiendes amor como si fuera bistec. Nunca te darás cuenta de lo que has perdido por intentar ganar algo-
Cerré los ojos y un extraño calor invadió mi cuerpo, seguía escuchando:
-Hubo un poeta. Se llamaba Ww. Intentó cruzar la Patagonia lleno de tristeza. No hay salida. El olvido es una llama. Aurora es una galaxia. Tú eres un mortal pedazo de idiota. Jamás comprenderás lo que amar decepciona. Se acabó tu momento. No hay salida Ww-
El pingüino se calló por un momento, cada vez me sentía más cansado, no podía controlar las ganas de dormir, entonces volví a sentir su aliento a pescado cerca:
-El tiempo del hombre está llegando a su fin. La poesía mi querido moribundo, la poesía jamás te va a salvar. Y mira que es curioso, un pingüino como yo diciéndote todo esto. Te debería de dar vergüenza. Eres débil ¡Un chilletas! Antes de irme y dejarte morir, escucha suavemente lo que voy a decirte. Tu amor no vale nada-
Me quedé dormido y una semana después desperté aquí en el hospital de Tierra del Fuego. Al parecer me encontraron unos pescadores, a mi lado había un pingüino golpeándome con el pico en el rostro. Le voy a escribir una postal a Aurora diciéndole que regreso a México, no me siento bien.
1. Operture. Incluso en la carta de navegación del valeroso geógrafo portugués Bertelo Bonet (1523), se planteaba con runas de interrogación, la extraña orquesta de aliento acontecida en un lúgubre témpano de los mares del atlántico sur.
2. Air. Para tener una figuración del brutal islote al que nos referimos en esta tragedia de la edad moderna, basta imaginar una huérfana abandonada en el metro de Moscú; una minúscula boquirrubia se abraza a sí misma por los botones de las rodillas, reuniendo su cuerpo en la sugerencia de una piedra; con la nueva figuración de su afectado organismo le dice con violencia al invierno : Petia - la niña huérfana - se volverá piedra para esperar la primavera. Una pálida magnolia hundida en el matraz de nitrógeno líquido de un laboratorista con googles de lechuza. Acantilados como las mandíbulas de un monstruo de nieve. Una misteriosa tundra flotante, una escandalosa reunión de pieza dentales.
3. The first that seen. Basta revisar las anotaciones en el diario de navegación del cartógrafo lusitano para ver las impresiones causadas ante tal formación helada: “Además de su horrida figura polar, estaba el tremendismo de la música interpretada en aquel golem de hielo, una melodía de extraña procedencia deprimió profundamente a la tripulación…el sobrino del contramaestre en un intercambio de estados anímicos, intentó saltar por la borda del galeote de exploración.”
4. Brave souls I. Mucho tiempo se creyó que en el “témpano triste” se reunían a cantar sus penas los fantasmas argentinos sin sepulcro. Generando tal adivinación, las condiciones del susto ejemplar, en la ya de por si afectada memoria de los marineros patagones, tanto así que las compañías de navegación decidieron hacer una consideración en los itinerarios mercantiles. Y el témpano triste se perdió en el aliento del cadáver de un muñeco de nieve.
5. Come if you dare. Aquella siniestra agrupación helada ahora es famosa, en noviembre de 1942, un curioso grupo de pescadores, presenció en sus apasionados filones, el mayor suicidio colectivo de ballenas blancas registrado jamás. Casi trescientas ballenas - en un acto de desencanto ejemplar - se habían abatido con furia voluntaria en contra de los infranqueables muros de agua helada.
6. Hither this way. Fue entonces cuando un grupo de estudiantes de biología dirigidos por el reconocido ictiólogo alemán Kristtief Carter - elegante asociado del principado académico argentino - en un helicóptero sumistrado por el gobierno al departamento de investigaciones de la Universidad de Buenos Aires, acudieron con entusiasmo a investigar el extraño suceso. Los estudiantes nunca regresaron, más tarde el buque guarda costas chileno Príncipe Vicuña II encontraría sus cadáveres en la playa.
Y de Kristtief Carter no se volvió a saber.
7. How we miss our shepards. Los magnetófonos y demás equipo de investigación se encontraban en la ruina de las sales marinas. En uno de los pocos segmentos rescatados de la cinta magnética se hablaba de un innumerable grupo de pingüinos escondidos en una caverna situada en los interiores del gélido mausoleo. Tal dato podía ser comprobado en el portafolio fotográfico del helicóptero, había tantos pingüinos que en las fotografías aéreas, el témpano se presentaba como un juego de domino olvidado. En las grabaciones además del encuentro pingüino se podía escuchar también los acordes de una composición muy triste.
8. Sound of the deep voices. Los pingüinos fueron culpados por el asesinato de los estudiantes. Un considerable batallón de rescatistas buscó con desesperación al doctor Kristtief Carter, la operación de búsqueda fue detenida por una considerable catástrofe ambiental. Una ventisca mordaz sacudía los archipiélagos patagones. El viento – soplo de un rey asesinado en los interiores de un lago helado – dio una nueva dirección a la montaña. Así término la búsqueda del brillante biólogo alemán.
El misterio del pingüino en la piedra.
La leyenda en una casetera.
9. This is what I have warned yet. El témpano fue llamado por la prensa sensacionalista: Osamenta pingüino. En una necropsia se determinó que los estudiantes no presentaban contusión o muestras de enfrentamiento alguno, entonces se empezó a sospechar de un suicidio. Como el de las trescientas ballenas. El caso quedó inconcluso. Pasaron seis años de tiniebla; la universidad de Buenos Aires contrató a un nuevo profesor de ictiología.
10. The frost escene or when Cupido discover something genius. Mientras tanto la publicación del quinto número de la revista Faunas Australes daba un extraño giro a las consideraciones entorno al olvidado caso de Osamenta Pingüino. Entre las claves de la demografía plumífera del lugar denominado por la nueva geografía como osamenta pingüino - según investigaciones del Doctor Gasparroff - los pingüinos eran la única especie monógama en el reino animal, los pingüinos al perder a su pareja no volvían a reproducirse, los plumíferos dándonos una lección de alta fidelidad, al perder a su pareja con tristeza se retiraban a morir. Gasparroff exponía que esto podría explicar la conformación política de Osamenta Pingüino. Era el lugar donde las aves tristes se retiraban a morir. La macabra opereta encontraba un nuevo sentido. Aquella desconocida y sórdida relojería de dientes enfrentándose a sí mismos, aquella melodía discontinua que había alguna vez anunciado a los más trépidos marineros australes que los fantasmas habían tirado un piano por un acantilado, era en realidad una soberbia composición de graznidos. Más tétrico aun que lo de los fantasmas boreales. Así se podía explicar la desorganización de las arpas, la alguna vez misteriosa canción antártica.
11. Ritornello Comus.
El nuevo profesor de ictiología: ¿Con qué podemos comparar la impresión acústica que produce un hueso al ser estrellado en contra de una figura ósea de igual densidad carbónica?
Una estudiante de biología: Con el llanto de un pingüino.
Y es que realmente es triste oír llorar a un pingüino.
12. News from England. Luego hubo una escandalosa revelación, la fastuosa compañía - Petróleos Argentinos - era culpable de la muerte por inoculación dérmica de varios miembros de la comunidad sphenisciforme. Al matar a un pingüino se está matando a otro al mismo tiempo, decía con apasionada tensión un conocido diario británico. Los pingüinos al perder a su pareja sentimental, en vez de buscar a otra, sin consuelo, se retiran de la sociedad polar.
El cono sur se enfrenta a una preocupante situación. Los pingüinos patagones, por así decirse, son un poco sentimentales, al no soportar la muerte de sus amantes, debido a la brutal densidad en los potajes lúbricos de la compañía petrolera argentina, se retiran a lamentarse a ese horrible tempano nombrado: Osamenta Pingüino. Finalizaba el diario apuntando una crítica más al gobierno peronista.
to cry their troubles away,
and they call it, Lonesome Town,
were the broken heart stay.
Ricky Nelson
5 comentarios:
Han creado una antártica de noche de gala. Pintaron el hielo como fragmentos de un circo polar. Consiguieron pingüinos de animaciones inimaginables.
Sobre el último texto....
Tristes pinguinos olvidados e imaginarlos entonando una suicida melodía...
Tienes razón, me ha encantado.
P.D. Gasparroff? esto fue antes o despues del péndulo??
Como Líder Espiritual declaro:
Los pingüinos del mundo permaneceremos en eterna deuda por el redescubrimiento de estas sus-nuestras Santas Escrituras.
Los dioses les cubran con plumas y les sea concedido lo que ha nosotros nos fue negado.
Aleluya
Hoy estaba en Córdoba, leyendo una compilación de textos, historias, una autobiografía e incluso un recorte de periódico de Querétaro del día sábado 15 de noviembre del año pasado. En esa mismo montón de textos, me enteré de que había un cuento que había sido dedicado a Itz, y claro, llegué a mi casa y lo primero que he hice fue buscar en google el título "se venden suéteres para pingüinos" porque no aguantaba las ganas de saber de que trataba, y así,encontré este blog.
Lo he leído ya. Creo que es una linda historia, y que Emma tiene mucho de ella. Habría preferido (y supongo que no solo yo) el desenlace de tu historia sobre el verdadero, pero lo que fuera predilección y estuviera en la imaginación de cualquier simple "ñoño" mortal no podría ser su historia verdadera.
Ella, sin duda, no era una "ñoña" mortal común, ella es de esas personas que llenan tu vida de detalles y recuerdos hermosos,de esos que a veces son tan simples que llegan a ser extremadamente complejos.
Aunque siempre se refiriera a mi como ·mi prima la más fresa· ,para mi, siempre va a estar aquí y aún más en mi corazón.
Gracias por la linda historia...
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