miércoles, mayo 13, 2009

Nota Final

Durante los años 2006 – 2008, Neónidas funcionó como un taller de creación entre cuatro amigos. El formato del taller fue un blog, mecanismo que pensamos como el más adecuado para sobrellevar las geografías desde las cuales escribíamos, además de contar con las observaciones de algunos lectores que, ya fuera por amistad, ocio o extravío, se pasearon por nuestro sitio. Durante los dos años que operó Neónidas se registraron 297 entradas, 586 comentarios y 30 000 visitas. En este tiempo se fueron conformando una serie de temas que intentamos explorar en base a la búsqueda de un estilo propio, fincado en la sátira como primicia. Con la presentación de ésta antología se marca el final de Neónidas, al mismo tiempo que agradecemos a todos quienes, de una u otra forma, participaron de nuestro ejercicio.




martes, enero 06, 2009

Refracción y los parques

Aquella mañana del 26 de noviembre, nublada y ambigua, los árboles del parque Miranda Cisneros dejaron de moverse. El administrador de los prados, encargado irrefutable de la verdosidad en los jardines y los laberintos, era un antiguo abogado marxista de nombre Klauss Rodríguez de la Cerda. La ponderación de las aguas para el constante riego de las plantas importadas, era una de las tareas más importantes de Klauss. Hasta aquel día (un domingo) en donde las familias citadinas se juntan en pequeñas manadas consumistas. Atiborradas de glucosa plástica y ropa color pastel; se decía Klauss Rodríguez cada vez que recorría el parque con sus botas negras hasta las rodillas y overol azul marino de marca desconocida. El agua dejaría de circular por los campos arrogantes y pomposos del ya demasiado visto parque Miranda Cisneros por culpa de un descubrimiento asombroso del ex abogado. El parque fundado en 1878 por el Marqués de la ola rococó Céline Pompardieu VI, se dividía en pequeños laberintos de arbusto chino, cada laberinto daba a una pequeña ciénaga habitada por ranas, tortugas, patos, cisnes, flamingos, peces tigre y algunas veces algún híbrido de la nueva fauna que ya caracterizaba la diversidad del parque. Estos híbridos normalmente se conformaban de tortugas trompa de elefante, cisnes aulladores, peces ciclón, rana cebra con caparazón, y algunas otras especies desconocidas. Era normal que después de tantos años Klauss se sintiera familiarizado, inclusive le brotaba algunas veces un sentimentalismo paterno por aquellas criaturas. Su despoblada actitud lo enfrentaba con el único hecho viviente que tenía cerca.

Veintisiete laberintos, dieciséis ciénagas, ocho lagos y cincuenta jardines dividían el parque. A la una de la tarde el sol entraba por la puerta de geranios, a las seis entraba por la ventana del tulipán en honor al General Des Entrayes, a las ocho y media se desvanecía lentamente por los pasillos curveados del laberinto Hindú decorado con rosa celeste y nenúfar macho: aquí es donde Klauss hizo su descubrimiento, en donde las aguas se detuvieron junto con las miradas tibias de los cisnes aulladores. El viento se congeló como una metralla de acrílico hasta paralizar las millones de hojas de los abedules y los robles de Nueva Zelanda. El parque quedó en absoluto silencio aquel 26 de noviembre. Al parecer, Klauss Rodríguez ex abogado, encontró lo que algunos sabios contemporáneos han llamado de múltiples modos y formas semánticas: Raj-Marahana, Zahír, Veritas Compás, Miracle Pangea, Boletus Primario, Resonancia Cosmológica, Crystal Whelk, y éstas son sólo algunas derivaciones metafísicas y literarias de lo que obstaculizó el transcurso del tiempo esa mañana. Pero Klauss no era metafísico o poeta, era marxista y jardinero profesional, abogado de los sindicatos en su tiempo, luchador constante de la nueva interrogante social, hombre sedentario con varias arrugas nuevas alrededor de sus ojos grises, pensativo agricultor del pasado, enamorado por única vez en un viaje al suroeste en donde las montañas se juntaban como cientos de rasgaduras a la tierra, aquel viaje inmortal para sus álbumes. Klauss era sin duda un hombre duro, de manos rugosas y siempre manchadas de tierra húmeda, era de un semblante turbio que muchas veces asustaba a los niños con sólo mirarlos fijamente sosteniendo las grandes tijeras para los necios arbustos. Sin embargo logró encontrar dentro de su capacidad esquiva hacia lo sobrenatural, la siniestra respuesta de su futuro y su pasado, de sus pesadillas. El laberinto Hindú guardaba tres nidos de libélulas, su diseño en un principio se pretendía cuneiforme, pero dada la imposibilidad de altura, terminó siendo un juego de dos espirales que se conectaban al centro por una vieja y altísima jacaranda de tupido follaje. Justo entre ambos espirales, en el segundo nido de libélulas, a lo alto de la sexta rama erecta de la oscura jacaranda, se encontraba “aquello” flotando al ritmo de una danza de anémonas, deteniendo el oxigeno y atentando contra toda realidad objetiva. Klauss inalienable, no dudó en acercarse, en olisquear y penetrar hacia aquel reflejo, o lo que parecía ser un reflejo inexplicable. No era un Aleph, tampoco una Mandrágora, no era un Portal o un Gusano Cósmico, era la materia de un sueño sin nombre, la materia amorfa que algunas veces viajaba en su cabeza, que al contrario de todos los anteriores, no mostraba el todo universal, no volaba en el tiempo ni mucho menos te mostraba una cuarta dimensión. Una refracción transparente, ectoplásmica y moldeable como el mercurio que le mostró a Klauss muerte, el todo de morir, la muerte de los sueños, el milisegundo de la totalidad. Así fue como vio desvanecer a los sindicatos, el comunismo, a los dictadores, las penínsulas, Roma, murieron los Imperios, las princesas, los guerreros y las plazas, vio morir Constantinopla, Tenochtitlán, Ukbar, murió el Zahir, el desierto, se fue Pakal en una barca hacia el firmamento, inventó unas telas púrpuras balanceándose de una terraza en La Habana, cayó la sangre por las columnas del Jentra-Kinzaji, murieron las abejas y las arañas de una pirámide en el inframundo, un gran cohete se volvió polvo ardiente en la estratosfera, un niño voló de un columpio oxidado, se rindió un tigre albino cerca de Bangladesh, un gran bloque de hielo rompió con el mar para levantar olas por Japón, murió el aire paralizando los bosques hasta incendiarlos, murió un libro de ficciones al centro de un laberinto, cientos de ballenas blancas se suicidaron en La Antártica, y como en un espejismo, Klauss se miró tumbado entre crujientes hojas de otoño y animales inexistentes, se sintió tibio mirando desde el suelo al cielo que levantaba formas de esponja en bengala. Se convirtió en oscuridad perceptible, sintió como moría su amor por todo el universo mientras se dejaba llevar lentamente por aquella luminiscencia; por el polvo que lo representaba a él mismo, en donde de pronto fue de la misma materia de la que están hechos los sueños y las ideas.

En el parque Miranda Cisneros regresó el viento aquella mañana de noviembre, era un viento demasiado frío, casi insoportable. Los árboles susurraron al ritmo del sol que poco a poco se levantaba en alguno de los jardines. Los animales nadaron, corrieron, volaron, y sin embargo ninguno de ellos hizo algún ruido en todo el día. El agua volvió a correr lentamente.


[Texto escrito en Madrid. Se cierra el ciclo]

jueves, noviembre 13, 2008

la nieve no es un país


No debería, pero extraño aquella ciudad gris: la interminable carretera espiral que limita el extrarradio: de un lado los edificios de la era soviética y las grúas de construcción en sus tejados, del otro el bosque. El piso encharcado de sus calles, el cemento imposible de quitar adherido a las perneras. Todos chapaleando con zapatos Gucci y tacones y paraguas negros, y los vendedores que se aceraban a ofrecer relojes robados. No debería; pero la demolición de sus multifamiliares, para levantar en su lugar multifamiliares diecisiete pisos más altos, me produce una terrible nostalgia. El cableado en maraña extendido sobre las avenidas, desde donde la gente se robaba la luz y viajaba el teléfono e iban colgados los tranvías y los trolebuses. Las carteleras luminosas que pendían fantasmales en la inmensidad de la niebla, los descomunales anuncios de celulares que cancelaban las fachadas de los edificios, las carteleras pornográficas de Gucci y el alfabeto indescifrable en el que hablaban. Los hipermercados del oro, los hombres anuncio, los perros de la calle, la calle Arbat y la Tverskaya, el parque Gorki, el monumento al Soyuz , el Hotel Cosmos y el Metropol y la sensación de imperio en ruinas que flotaba en todas partes. Los cigarrillos Belomorkanal, el techo de cristal en los pasillos del GUM, el cine Sofía, la galería Tretiakovskaya, Brulov, Gorki, Pushkin, la Leninskaya Biblioteka: Dostoievski condenado a vivir como una estatua y a ser cagoteado por las palomas.
Y otra vez los cables, las grúas y todos con zapatos de lujo. No debería, pero la elegancia decadente de su metro, los vagones de los años 50, las poltronas de cuero y los candelabros, las mujeres pálidas y sus labios de botón de rosa, y sus minifaldas y sus medias de encaje y sus botas Gucci. No, no debería pero la extraño: ese olor a madera y a sudor, los vestíbulos miserables de los edificios departamentales, los departamentos minúsculos, el río enorme y sus trenes viejos. ¿He hablado ya de las mujeres? No, no debería. No debería y sin embargo me arroba una tristeza grande, monumental como los polvos de su gloria, como su memoria, como su cartografía.

sábado, agosto 30, 2008

Mi ruina nocturna




Yo sueño mucho con mi amigo Óscar Senderowicz. Despierto rodeado de una angustia que me deforma y después de un cigarrillo pienso en Óscar y entonces contemplo la figura desnuda, en una muestra de huesos delicados y perfectamente armados como rácimos, de Susan. Los sueños son sueños, normalmente hay un estallido y en un despliegue incongruente reviento de ira y golpeo violentamente a Óscar hasta dejarlo inconciente y mis puños llenos de sangre se hinchan hasta lograr un tamaño sobrehumano y así noche tras noche asesino a mi amigo, a golpes, insolente y sin razón alguna. Susan se altera y alcanzo a escuchar en un ligero susurro como me grita que despierte. Despierta.

El cabello rubio de Susan se enreda en mis manos y así me quedo dormido. Pretendiendo no soñar, no escudriñarme por deseos lejanos y piezas ya perdidas dentro de mi subconciente. Hace diez años que no sé nada de Óscar, hace diez años que su figura me atormenta y contemplando su rostro desfigurado llega Susan y -despierta-.

Compré un libro sobre sueños, advertían que las premoniciones comenzaban con sueños recurrentes, que de inmediato sobrevolaría mi cuerpo y en un viaje astral interceptaría a mi alma mientras que mi cuerpo problablemente se desvanece para siempre en una paralela realidad de mi mente. Senderowicz es golpeado por mis puños enormes y agitados, por una rabia inaudita, es mordido, atacado hasta la muerte por un impulso lejano y triste y Susan -despierta-.

La última vez que vi a Óscar no me reconoció, giraba por una calle y se adentró en una farmacia, esperé afuera por varios minutos y lo vi salir con una bolsa, apurado. En realidad no creo que me haya visto. Me quedé mirando una vieja estación de tren cerca del centro y los puños creciendo -despierta-.

Algunas veces que despierto de madrugada Susan duerme, semidesnuda, le hago el amor mientras ella sueña cosas que yo ya no puedo soñar, le toco su vientre plano, la abrazo dulcemente y me adentro en ella con suavidad para no despertarla. Termino dentro de ella y siento un espasmo que arde por mis muslos hasta ocasionar un calambre y Susan fetal me ama -despierta-.

Una gota se sangre se disuelve lentamente sobre un charco de agua, mis manos retorcidas intentan estrangularme mientras se escucha una terrible carcajada. La noche es callada y en una parte del cielo se alcanza a distinguir una figura de muerte. Óscar y Susan hacen el amor brutalmente sobre el suelo, la penetra con fuerza y Susan grita y suda y se corre y -despierta-.

Despierto, aturdido, enfermo. Intentando comprender, sobrestimulado por vivir al miedo de quedarme dormido, insultando a mi mente y organizando formas que se inflan como globos de nieve. Despierto finalmente, enredado entre las sábanas y con la cara deforme de Óscar Senderowicz en pleno rictus de dolor. Martirio y sombras llegan en plenitud, Susan duerme, perfecta, desnuda, le toco el hombro suavemente y en un aliento amargado una voz delicada explota para intentar decirme despierta.



jueves, agosto 21, 2008

Mi antiforma de dejarte

Los regresos son como una mala comida, un terrible dolor en el estómago que parece querer salir de golpe, y muchas veces así sucede; se manifiesta envenenado, podrido. Y ahora, para no variar, me hundo, me asqueo y reencuentro esa terrible pieza muerta que quiere rescucitar, es inútil escapar de tan patética muestra de tristeza.*
*En el marco de la ventana se podían vislumbrar aquellas palabras que alguna vez escribiste. El cielo amarillento cometía varios errores al mezclarse con unas delgadísimas nubes rosadas. Todavía no estábamos completamente enamorados, sin embargo tus manos se deslizaron por los cristales de la puerta y en aquella insegura provocación, nos besamos tiernamente.*
*Encuentro en las mismas calles en los mismos jardines y en las mismas astillas las cosas de las que alguna vez escapé. Me sobresalto al no verme acompañado, es horrendo ver las mismas peluquerías vacías. Y nada me puede obsesionar más que el hecho de mis batallas perdidas, es curioso seguir completamente igual, muerto.*
*La verdad es que temo y como ha sido así siempre, el rechazo, la nostalgia del enredo y la deliciosa carroña de no tenerte cerca. Será que me debilito y de pronto me doy cuenta que no soporto estar sin ti, será que te deseo tanto y que estoy tan terriblemente cansado de estar solo, porque así es, me siento muy solo.