lunes, marzo 17, 2008

Tamanga

Para mí consideración, el oficio de anticuario debe ser un pasatiempo de sibaritas, de mercachifles Babilonios y minoristas de Casablanca. No me basta esa horda de mulatos y negros que han tomado las callejuelas del Barrio Latino para vender bolsas y joyas de fantasía. Estos son solo buitres, muertos de hambre y oportunistas, arrendatarios escandalosos y borrachines que se han hecho centro de alguna anécdota folclórica en la masa parisina. Tamanga, un negrazo de Sierra Leona, proveedor de hachís de esos que circulan por Montparnasse, me vendió hace días una pieza única. Un bastón rematado con una cabeza de elefante. El paquidermo es de cobre, con dos brillantes genuinos engarzados como ojos y los colmillos de marfil bien pulimentado. El negro dijo en un francés bastante entorpecido que el bastón perteneció a su abuelo. Una suerte de báculo curvo para ahuyentar a los demonios. Siendo inmigrante, le era difícil no aparecer como un ladrón ante la ley. Cualquiera que le hubiera visto con un bronce tan ornamentado, lo habría acusado de delincuente. Por lo demás era un trabajo extraordinario, la hazaña de un orfebre africano sin par. Un artículo de lujo para remontar los perímetros del Sena. A su dueño, se le tomaría sin duda como un actor extravagante de la Ópera, un diplomático venido a menos y hasta un burgués de Saint-Germaine que funda su bienestar en la acumulación indefinida de mercancías exóticas y relatos de ultramar. Lo compré casi sin pensarlo, embrujado tal vez por los ojos turbios de Tamanga, quien tenía la mirada profunda de un búfalo desconsolado. Hace dos días que no pego el ojo, me acuesto con el bastón bajo la almohada y repaso con la memoria las historias de Tamanga. Quedan solo palabras aisladas: selva, fuego, monedas, demonio. Trazos de un paisaje que no logro distinguir. Ya lo dije una vez, para mí consideración, el oficio de anticuario debe ser un pasatiempo de sibaritas. Hay que mantener la elegancia, no se poseen los objetos si no se ha pasado la noche contemplándolos con cierto fervor. Es necesario ser un devoto, penetrar la esencia de los materiales y fundirse con la leyenda. Solo así el coleccionista sobrepone la nostalgia, la tragedia de no sobrevivir a sus objetos y ser un fantasma. La noche del jueves vi a un árabe en el Bois-de-Boulogne, creo que vendía litografías de un acuarelista que expuso en la feria de París. Hay una de un hombre que se sostiene en un bastón.

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