sábado, marzo 22, 2008

Circo Serotonina (fragmento)

Ya no son los chistes pasados de moda, las gracias del tío medio virulento que existe en cada familia. Como para organizar una tertulia de abuelos y ofrecer café con galletitas de jengibre. Yo pertenezco a una generación más despiadada y engreída, ocupada por hijos de puta y pillastres que te cortan los huevos a cambio de unas monedas. Perdularios de barrio bravo y centroamericanos cachirulos que se cobran el viaje con el cogote de cualquier oficinista. Siendo payaso cuentas con dos armas para defenderte. Pistolas de agua y pellizcos en el culo, si atacas con la sonrisa estas perdido. Al que sonríe le desfiguran el rostro, es preferible guardar las distancias, reservar tu gracia para las fiestas infantiles y las despedidas de soltero. Una vez conocí a un payasito de abolengo, un muchacho rollizo de buena estofa que se hacía pasar por mendigo y se entendía a si mismo como un genio mendicante, un artista ignorado por los altos círculos de la crítica. Había zarpado en una aventura de callejones y bohemia para difundir su arte entre el hombre común. Terminó con un fierro atravesado en el tórax. Como payaso hay que resignarse muchas veces a las plazas comerciales, a las deprimentes funciones de kermés y a la propietaria de una casa de campo que organiza lindas fiestas para niños. Sobretodo hay que jugarle al chico bueno, al hombre de corazón sencillo que encontró su camino tras un tinglado de luces y aserrín. Esa fábula del comediante trotamundos sirve en corrillos de veteranos desmemoriados, es pábulo de los espíritus románticos y sería una buena anécdota en boca de un abuelo vicioso que entretiene a sus nietos. Por lo demás es un gran chasco. Los cirqueros del Ringling Brothers dan tres funciones al día, dieciocho a la semana y setenta y dos al mes, se marchan asqueados de tantas piruetas y acrobacias, quieren botar al elefante en un solar inmundo o rematarlo en un bazar de mercachifles armenios, y finalmente entrar en una boutique elegante y hacerse de un traje para caballero. Si sostienen la sonrisa es para remendar sus bolsillos, para no andar tirando con una troupe de infelices, montando numeritos de paja a la sombra de los quioscos de provincia. Y no hay que afligirse por estar fuera de la televisión. Hay que ser un imbécil redomado para exhibirse de esa forma. Dejarse arrastrar por ese alud de hombrecitos exitosos, de eruditos y críticos, cineastas de boquita pintada e intelectuales de ceño adusto y sentencias engoladas, tanto granuja calificado para explicar el mundo, cerditos de moño y honoris causa, un hatajo de farsantes, filisteos de silicona y mayoristas del argumento fácil, del sofisma vestido de gala para una noche de mentiras glamorosas. Y me nace lo lírico cuando siento náuseas, cuando dejo de ser el payaso amigable y me transformo en un chiquillo malcriado. Yo nunca quise que el mundo fuese así, pero me basta con este ingenio pequeñito, con mi astucia de sietemesino, un handicap fortuito para resolver los guarismos del aburrimiento, ingenio pequeñito, lo digo de nuevo, suficiente para citar dos versos, enamorar señoritas y explicarle al universo que no es tan difícil ser un maldito payaso.

Acuarela de Gherato Dae Adeonimba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial! Es una broma en un desierto de maquillaje. Simplemente maravilloso.

Anónimo dijo...

Andeónida!! Gran texto!