sábado, septiembre 15, 2007

Carta (2)

Mis queridos hermanos, lemures, príncipes, la guerra ha terminado, por el momento, la frivolidad del recuerdo me llena con herramientas que al caer no generan ruido. Desafortunadamente nadie ha triunfado, no hay vencedor, no hay derrotado, queda una ápice de espacio formada por miles de estampas estáticas. Me reconfortan las heridas, que al contrario de un soldado veterano, admiro con paciencia para darme cuenta de que me hago viejo por dentro. Las armas se apagaron junto con un ascensor descendiendo hacia la verdadera respuesta, sin pregunta, sin condescendencia. Sigo sin entender, sin contraríame las leyes básicas de un enfermo terminal del corazón. Hay cicatrices, amputaciones de alma y milagrosas resurrecciones, mi semblante ahora es turbio y coordinado, nada que no logre amplificar mis estados de locura constante. No importa que mis extremidades ya no existan, que mi orgullo haya sido devorado por mil bocas, sin embargo importa y duele, el recuerdo, las pesadillas en el frente. Intento una desaparición, una calcomanía de mí mismo pegada en el espejo del baño, que al sostenerse se afloje con el vapor y poco a poco caiga hacia el lavadero inservible por no tener más pegamento que dar. El abismo es inconciente, la soltura ya no existe, jamás existió, mi amor por el enemigo se acrecienta y se debilita de una forma tan extraña, que al congelar su imagen en mi universo, medoy valor para no buscarlo a escondidas. El hombre y la guerra mis queridos amigos, la mujer que inventa un Dios para reclamarle la costilla perdida. No encuentro mi capacidad de asombro, mi guerra a finalizado como era previsto, demasiado pronto, demasiado cansino. Sembré un bonsái en las trincheras, comí pastel con los generales del bando contrario, lloré una noche violenta al ritmo de los misiles, contagié de risa a varios espectadores de mi poca cordura, bailé las hojas y la sangre que sin darme cuenta, derramaba por el pecho. Así, mis bellos y lejanos confidentes, les confieso que mi batalla fue hermosa, fue epifánica e indulgente. Lucharía mil veces más por el honor del dolido, arrojaría cien granadas al campo para dejar la tierra inerte por siempre. Y ya que todo ha terminado, me siento solo, pero con las medallas correspondientes y los himnos adecuados. La guerra me dejó confuso, loco, perverso; pero fuerte para la siguiente llamada. Al final nada cambió, todo corrió al mismo ritmo del oleaje paciente y monótono, pero algo, alguna pequeña partícula, estará al pendiente de que fui un buen guerrero, lo prometo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

wow*!!

soberbio*

insufrible**

horrible***

hermoso****

ha dejado una ligera sensación punzante en el pecho...

buen trabajo de quien se dedica a crear de la nada y del todo un mundo de siniestras vocaciones imaginarias...