sábado, septiembre 15, 2007

El descenso



Por la puerta se escuchaba un zumbido, un ligero y constante chillar del viento que entraba con delicadeza por las ranuras de la madera. Algunas veces me colocaba frente a la delgada rotura para sentir la brisa como cuchillas congeladas sobre mi rostro en ese tiempo con barba abundante. La nieve había cubierto los rincones, se amontonaba en las baldosas y no permitía que las ventanas se abriesen, vestía de blanco a las piedras que un mes antes coloqué para cubrir el cuerpo de Vivanco. Me acercaba con un puñado de flores marchitas, muertas, casi pendientes de que su alma no se escapara de este mundo, colocaba una por una en las piedras y esperaba a que la nieve les terminara de robar aquella alma de flor amarilla. Vivanco ya no estaba, seguramente su cuerpo congelado se conservaba intacto, con el semblante intranquilo, despistado y poco hermoso. Lo imaginaba desde la casa recostado en la nieve con un paisaje de oscuros, puntos blancos asomando entre las piedras que dos meses antes había colocado ahí, encima de él, para cubrir su cuerpo de las tempestades del tiempo. El silencio se formaba en capas, giraba en espirales para posarse dentro de la casa y acompañarme en los días, no dejaba la tristeza, no dejaba que me pegara la tristeza, miraba los copos de nieve rozando las hojas y pendiente de las piedras; eran de río, suaves y frías, buenas piedras. Bajé dos kilómetros de ida y vuelta, cuatro veces, las traía de ocho o diez y las iba colocando en Vivanco. Antes de que comenzara el invierno, la casa se adelgazó repentinamente, el fuego era inmortal en la chimenea, mis dedos se hincharon hasta volverse inertes, mis manos carecían de reacción y por más que las golpeara no sentía dolor, eran un par de extrañas piedras. Vivanco nunca tenía frío, se colocaba una pequeña bufanda alrededor del cuello y decía "No me alejaré demasiado" constante Vivanco, monótono e imbécil, demasiado bello para esta montaña. Retiré las piedras una por una, formé un prisma sobre la nieve que dejó al descubierto el cuerpo desnudo de Vivanco. Congelado, de colores putrefactos y cubierto de hielo por todas sus cavidades; lo miré, lo toqué con mis pies para sentirlo, lo subí en mi espalda y empezamos a descender por la montaña hasta el pueblo que se encontraba a veinte kilómetros de distancia.

Fragmento de "Hombres cargando cuerpos" Ed. Andeonimba Letrae, 1979.







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