martes, mayo 08, 2007

Sobre Airmes, la aerolínea nacional, y las excentricidades de las que son objeto sus azafatas, excentricidades éstas no sin cierta estética.


Longreach es la palabra que se usa en Ciudad Hermes para decir turbina, reactor, aeronave o avión. Longreach, palabra de anglogénesis, significa amplio o largo alcance, y forma parte del subnombre de la aerolínea nacional que ha dado pie a una palabra ciertamente apócrifa en lengua inglesa y a un hermesismo, si es que tal cosa puede existir. En los carteles publicitarios, trípticos de seguridad, membretes de página y demás, se lee el nombre de la compañía Airmes y bajo éste el subnombre longreachairliners, que le ha acompañado desde su fundación en 1958, léase el mismo año de la fundación de Ciudad Hermes y el del aeropuerto internacional Imperatrix Fabia, los tres fruto del mismo proyecto urbanista a inicios de la década de los sesenta. Aunque con menos frecuencia la palabra airliner es también un uso que sustituye lo mismo aeronave que avión.
Si bien, a causa del marketing publicitario y el monopolio mercantil, es una coincidencia que en Hermes aereoreactor se diga longreach, palabra rebosante de imágenes futuristas de desplazamiento y velocidad, no es azaroso que en los más de cuarenta años que han pasado desde sus inicios, la compañía no haya tocado un mínimo gesto en su diseño de imagen para cambiarlo. Nuestro viajero no dejará de sorprenderse si es que paga billete para volar con Airmes, cosa que pasa bastante seguido ya que los vuelos más económicos a la capital de Santa Victoria son los que trata esta aerolínea. Todo es como un viaje através del tiempo, como regresar a los años sesenta y tomar uno de los viejos vuelos en los que aún era posible fumar, viajar al pasado, sí; pero a un pasado en donde la idea, paradójicamente, era hacernos viajar hacia el futuro. En cuanto a decoración toca todo es como antes, por más moderno que pueda ser el equipamiento a bordo Airmes insiste en hacernos volar por los cielos de los años sesenta, cielos límpidos e inundados de futuro en los que nada podía resultar tan hermoso como la estela de un reactor dejada sobre el horizonte de alguna ciudad con rascacielos. Bajo esta intención, por ejemplo, fue diseñado el tapiz de los asientos de las aeronaves; de tonos suaves y azulados, muestra una crónica de la historia de la aviación con un suceder de globos aerostáticos, el avión de los hermanos Wright, algunos aeroplanos de hélices y finalmente el emblemático DC –10 bajo bandera rojiblanca de Airmes sobrevolando la ciudad del futuro, una empalada de rascacielos supersónicos con terminaciones en burbujas aguijonadas, y que si uno se lo propone puede ser interpretada como la Ciudad Hermes a donde se dirige el viajero. Las paredes del cilindro están cubiertas de la mitad para abajo con una capa de pintura roja que resalta y hace contrastar a la narración del tapiz en los asientos, las ventanillas conservan la cubierta movible de acetato con la que ya vienen de fábrica; pero se han dispuesto cortinas de tela azules, un azul marino algo más fuerte que el de los asientos, que se corren de par en par de los extremos hacia el centro a través de un cortinero educadamente adaptado a los paneles. El pasillo está alfombrado en rojo con un diseño del helicoidal entrecruzamiento de las serpientes en el bastón del dios Hermes, estas de color negro, y que se extiende a todo la largo de las filas de asientos. La disposición de la comida es muy esmerada en la estética de su geometría, a leguas se nota la intención de hacernos pensar en las charolas de alimentos de los astronautas, todo cápsulas y compartimentos, con la agradable sorpresa, claro, de que el pollo a la crema de coliflor es eso y no una gelatina elaborada fuera de la Tierra. En el exterior los longreach están pintados de rojo y blanco, la mitad hacia abajo de rojo y la otra mitad en blanco, en la cola reluce el sello de la aerolínea, el famoso boomerang rojinegro que en realidad es la estilización del domo del Imperatrix Fabia lo mismo que la A de Airmes, bajo este delta se lee longreachairliners. En el mundo de la memorabilia, cabe agregar, las tarjetas de seguridad, los menús, las almohadas y las mantas bordadas con el signo de Airmes, incluso los pases de abordaje para vuelos como el Ciudad Hermes –Nairobi o el Tokio –Ciudad Hermes, son objetos bastante apreciados vistos en función de la mitología que encierra a la aerolínea: aún cuando muchos grandes de los sesenta como Pan –Am o TWA han desaparecido, Airmes sigue volando y sus azafatas continúan sonriendo con el mismo entusiasmo que entonces caracterizaba a la década.
Pero de todas las monadas de Airmes las azafatas son su fuerte, escotadas y con cofia resultan la proyección de los sueños de miles de hermescitadinas, las cifras para entrevistas de trabajo y concursos de selección son realmente estratosféricas. Es un hecho que la empresa pone especial cuidado en la contratación de su personal y en la frescura que pilotos y aeromozas deben mostrar en la aerolínea de una ciudad donde los aterrizajes con visibilidad cero resultan frecuentes, todos son increíblemente bellos y esto, aunque pueda sonar ilógico, realmente logra que se nos olviden los peligros del aire. El gusto por las azafatas de Airmes podría compararse a la pasión de un coleccionista de muñecas, y es que hay chicas quienes llevan el cabello pintado de rosas y púrpuras fluorescentes que el vestuario retro perfecciona aún más, aún después de anunciar un aterrizaje forzoso con Contingencia Ambiental, entonces la azafata cuelga el auricular, su diminuta voz, como la seda con la que están recubiertas las paredes de los lobbys en los hoteles de Neptuno, queda flotando armoniosa y burbujeante en el interior del DC –10, arrullando a todos sus trasnochados e inciertos pasajeros, pese al anuncio de su muy probable y asfixiada muerte. De modo que así nos queda claro, Airmes posee un riguroso control de calidad al tratarse de conseguir a su personal, y se carga siempre con un contingente de aeromozas que nos recuerdan a las amas de casa de la era macartista, siempre prometedoras, tibias, rubicundas e incondicionales como aquellas mujeres de Cabo Kennedy, allá por los años 60, que se quedaban observando el cielo de Florida con los ojitos vidriosos sintiendo el rugir de sus pobrecitas tripas ante el lanzamiento de sus maridos héroes - all new American cowboy en aquellos tristes y suicidas cohetes en los que tantos chimpancés habían muerto en nombre de la ciencia y la conquista del espacio; por ello al aire series como "Los supersónicos", para venderles a estas pobrecitas monjas probeta la fantasía de sus esposos metidos en una impostergable odisea de colonización para instalar tuberías de gas en Saturno, y de este modo poder acompañarles en futuras expediciones para cocinar el estofado favorito en una General Electric interespacial. Nuestras nenas interplanetarias, como sea, no andan metidas en el tranquilo traje de la housekeeper supersónica, si bien sonríen con un hogar por el que todos sentimos nostalgia en algún punto del planisferio celeste, más nos tranquilizan con su estampa de Agente Especial Odisea Saturnne teniendo bajo control la misión de llegar a la base a salvo, con buen tiempo y, claro está, mucho estilo. Más tranquilizador resultará, cabe anotar, si uno ya lleva de menos tres whiskys encima y los constantes saltos que da la aeronave, lo mismo que sus turbulentos oscilares de paredes de plástico y carritos de refrescos, le hacen a uno dudar de la integridad de vísceras y vida, de por si puestas en entredicho por el dulcísimo anuncio de los gases tóxicos a la llegada, como si los tentáculos de algún incombatible calamar biótico, creado por Doktor Nebula o alguno de los tantos enemigos de Odisea Saturnne, estuviera sacudiendo al DC -10 con la rabia propia de un futuro de clase B. Al mirar por la ventanilla se advierte la naturaleza de las cosas, el espacio aéreo hermescitadino, su atmósfera nocturna e irritada, enferma como todo lo que cubre allá abajo, cirrótica como la luna –toronja que se hincha de tanta sobre ingestión de hidrocarburos gaseosos. La sangre nebular acaricia por primera vez las ventanillas ovaladas y el avión tiembla, y tiembla mucho, el titán del tren de aterrizaje bajo los pies expone la gravedad de las cosas. Las mandrágoras de los alerones chillando y las turbinas, en ese parto dolorosísimo y masculino de descender entre la contingencia ambiental para que aparezca, surcada por algodones sangrantes en los ojos de un arcángel viejo, Hermes, Ciudad Hermes y toda su retícula de arcilla, iluminada como el oro que supuran y escupen las cuadrículas escandalosas. Sin fin, ni confines, ni horizontes o finiquitos, ni espacios negros o islas de silencio para descansar la vista en aquél océano cartesiano y milimétrico en el que se suceden disparos de cítrico canalizados en red hasta el cansancio; pero Odisea Saturnne está allí para sonreír con calidez y preguntarnos como si no pasara nada, "señor, ¿más whisky?"



Imagen: fotografía publicitaria de Airmes en el que se anunciaba la apertura de su nueva ruta Ciudad Hermes -Río de Janeiro. Ciudad Hermes, 1961

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