domingo, abril 01, 2007

Síntoma diagnosticado: Desplazamiento y Proyección


"El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro."

Woody Allen.

Lo vi a un lado del escenario del Café Carlylye. Creo que intentaba extraer un cacahuate que había caído por la boca de su clarinete. Al parecer maldecía porque su dedo gordo había quedado atrapado en el instrumento. Me acerqué nervioso, había volado hasta Nueva York con el único fin de estrechar la mano de mi director de cine favorito: Woody Allen. Un capricho adolescente en realidad. El deseo protagónico de tener sobre mi cama una foto con Allen. Siempre me había visto envuelto en circunstancias semejantes a las de sus personajes y creía tener cierta empatía espiritual con el frágil humorista. Aunque la razón medular era que desde hace un par de años había estado recibiendo ayuda psiquiátrica porque juraba ser impotente a los dieciocho años, sí, irónicamente y a pesar de haber ejercido el acto sexual en un sinnúmero de ocasiones. Padecía -según yo- una pronta senectud, un envejecimiento precóz que me restaba virilidad, y para entonces estaba llegando a un grado de delirio que era clínicamente insano para un chico de mi edad. (20 años) Un colapso nervioso, dos desmayos, hipertensión, una terapia infructífera con fármacos y ciertas insinuaciones apocalípticas, resolvieron a mi psiquiatra a tomar una excéntrica solución: ¡Enviaría a su aprehensivo paciente a conocer al ídolo de su juventud! Al menos eso me distraería un rato de mis preocupaciones habituales. Tendría al menos, la certeza de verificar la existencia de otro ser igualmente hipocondríaco. Cuando me fue sugerida la idea muchos pensamientos vinieron a mi cabeza: ¡Era yo un peluche burgués, incapaz de sobreponerse a sí mismo! ¡Un fanatoide pusilánime sin la convicción para curarme por mis propios medios! En fin... terminé tomando el avión a Nueva York. Ya desde el vuelo recibí las señales de lo que se avenía, al aterrizar un hombre amenazó con golpearme porque yo había abierto el compartimiento superior sin precauciones, y una maleta había caído justo sobre la cabeza de su pequeño de dos años. El niño hizo un berrinche y me señaló como único culpable. Todos los pasajeros me miraron con desaprobación. Ya desde entonces sentía el nervio en el estómago; esa primera eventualidad era prueba irrefutable de que algo terrible estaba por suceder. El día que finalmente había previsto para ver a Woody Allen en el Café Carlyle, confundí el sitio con un tugurio del distrito Oeste de Manhattann donde terminé bebiendo congas con una comunidad de puertoriqueños. Al día siguiente estaba por fin frente a él, mirándolo hacer rabietas con el dedo atascado en el clarinete. - Excuse me Mr. Allen, I would just like to say that I... - le dije abordándolo por detrás. Ante de que pudiera concluir mi discurso, el hombrecillo se giró y me gritó encolerizado -¡How many times would I have to tell you that Woody Allen is not playing this week, he is sick for God's sake!- Los días siguientes compré postales, visité el Güggenheim y fui atropellado por un ciclista en Central Park. Volví a casa sin haber visto a mi preciado actor. Despúes de haber hablado largo y tendido sobre el asunto con mi psiquiatra, fui a casa y lloré patéticamente después de haber visto por enésima vez Annie Hall.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

qué bello! es lo que sucedería si pretendemos alcanzar a Allen, simplemente bello, Annie Hall se puede mirar interminablemente.