domingo, marzo 04, 2007

Buenas noches fantasmas


Para Daniela
La locura de nuestros fantasmas no se irá nunca...
Los fantasmas estaban ahí, era claro. Por las mañanas el viento no soplaba como era costumbre, las ventanas olían húmedad fuera de temporada, era como si el tiempo ya no pasara por la casa. Las flores que en algún momento había sembrado, dejaban de respirar entre las tinieblas que bajaban del bosque. Nunca el sol de la tarde se dejaba ver entre las hojas secas, sólo algunas veces escapaban unos pequeños rayos, líneas de luz que bajaban hacia la tierra despavorida. A mí nunca me hablaron, más bien me sacudían por las madrugadas de lluvia o niebla; por los hombros, por las piernas, por las caderas, pero siempre de un lado a otro, con la agresividad de una prescencia enfurecida. Al principio era un desconcierto brutal, después se convirtió en una rutina de paciencia y entendimiento a lo desconocido. No podía evitar derramar unos lagrimones que se desparecían con la alfombra morada, sentía la tristeza, la desesperación de las almas, la soledad inminente que desgarraba su espíritu; o lo que fuera que tuviesen. Estuve deprimida todo ese año, la servidumbre se iba, los animales corrían hacia la oscuridad de los árboles, y mi hermano que no llegaba nunca. Sobre la terrible ausencia, decidí compartir con ellos, pensé que hablarles y entenderles era lo más adecuado, compartíamos el sentimiento ajeno de nuestras almas robadas. Como dije, nunca me hablaron, pero empezaron de nuevo a florecer los pétalos de las orquídeas, el sol abrumado entraba a la ventana y los animales llegaban a comer al jardín, era el pacto de energía, la costumbre que los volvía tan extraños a mí como yo a ellos. Llegó un momento que ya no sabía si estaba muerta o viva, si en realidad el universo me daba algunas señales para que dejará de vivir entre la naturaleza recién nacida. Pero no, en realidad siempre estuve viva, entre los duraznos y las ardillas. Y las ventanas me hipnotizaban entre empaños y rocío, entre formas de diamante y umbrales de furia a lo real. Y así, hasta el día después de marzo que regresó mi hermano, con su escopeta en el brazo y la chaqueta verde llena de lodo tibio; me sacaron de la casa, de nuevo lagrimones y gritos al centro del bosque. Recargada en el tronco rasposo de un árbol demasiado viejo, demasiado fúnebre. Pensé en mí y en ellos, y si de alguna forma me ayudarían a escapar de aquél árbol que me amarraba y ultrajaba de una forma monstruosa. Y no, no aparecieron nunca, y sigo aferrada a éste tronco de hace mil años, con la ropa roída y la delgadéz de una gacela. Escuchando el susurro de las ramas y las nueces, compartiendo espacio con las escopetas y las aves nocturnas que gritan de susto hacia la luna. Ahora ya no sé si aparecerán, no sé si mi hermano me encontrará, sin embargo a las hojas en mi cintura no les importa y a la niebla y a la sombra y a la confusión de estar en un laberinto de robles y luciérnagas; Me abrazo los hombros y grito a los fantasmas que estoy segura vendrán, estoy casi segura que vendrán.

0 comentarios: