domingo, junio 01, 2008

Estatuas ánonimas

Maravillado por la forma invencible, inclusive bestial y arrogantemente construida, saqué el último suspiro que sin saberlo, saldría como una inmensa bocanada airosa, un brutal tornado que se liberó hasta el cansancio dejando una ligera podredumbre en mis oscuros pulmones. Todavía nada de lo acontecido me impedía un razonamiento, una meditación inmediata para controlar el impacto, que a simple vista, siendo extranjero, dejaba en mí esa enorme construcción. Logré dos estados constantes de inmersión, catapultas estudiadas que recuerdo me dejaron una cefalea meticulosa. Entre ambos me situé como si de pronto fuera esa forma, una bruma que se dispersa con facilidad por la tierra hasta alcanzar cierta altura, una altura humana. Y en silencio, o lo que parecía en ese momento, aunque al fondo las voces y los aviones tronaran como laminas, me inventé una excusa para no llegar a una lipotimia sobreactuada. Intenté unificar mis pensamientos, lapidar el presente y sumergirme en algo que seguramente me desfragmentaría, o peor aún, me inmortalizaría en un segundo y no podría liberarme ya nunca más de aquella sensación tan escandalosa, con la cual sin duda alguna no se puede estar de pie. Comprendía que de ningún modo, a mi capacidad de supersticioso animal citadino, podría llegar a entender semejante epifanía. Sin embargo hubo un momento, entre el suspiro y la ceguera, en el que logré establecer una delicada conexión con la estructura, un ligero roce del cual me levanté como pluma enloquecida, como bestia enamorada. El tacto suavizó el golpe, lo trazó con una línea azulada que me indicaba la razón principal por la que yo, en primera persona y situado en segunda bajo la sombra amorfa, debía de exteriorizar la única idea fija por la cual todos mis pensamientos se habían desvanecido en aquella inminente pieza. Así comencé de forma repentina a recordar algunas cosas, demasiado precisas, recuerdos en el mar y casas que ya seguramente han muerto, el recuerdo de la imagen paralizada, el sonido de voces antiguas y llantos escondidos. Todo se había desfigurado en una sola masa que ahora se quedaría dentro de mí esperando, paciente e inconclusa, pero de cierto modo ahí, intocable para los sueños y que mientras estoy despierto se mueve como larva hambrienta, que con una estela de olor me indica cuándo y por qué no estoy listo para comprender sobre piezas perfectas, sobre ombligos astutos pero sobretodo, me da escozor al momento de intentar rivalizar con tan magnífico texto de epidermis.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

perfecto! q delicia

Anónimo dijo...

te rayaste viejo! gracias.

Lulú dijo...

me he unido al mundo blog..cómo puedo agregarte?