lunes, marzo 24, 2008

Intelectualoide

Hay varias veces que de verdad me ahorro el comentario porque no me gusta que me acusen de no entender. La literatura es peligrosa y la critica se ha encargado de volverla imposible e intocable. Me gusta pensar que los primeros libros que leí fueron recomendados y prestados y que ahora me doy cuenta que los amé porque era un adolescente. Que mis primeras lecturas "serias" ahora me dejan un sabor un poco ácido y mi sentido de la crítica se ha desarrollado por culpa de la experiencia y las lecturas consecuentes. Me viene Coupland, Easton-Ellis, Cortázar, Juan Rulfo, Kerouac y creo que en realidad ya no es tan interesante leer sobre asesinatos o sobre una Maga un poco idiota que se enamora de un hombre que vive escuchando jazz y con dinero de quién sabe dónde, que es imposible recorrer a mochila mi pueblito y llenarme de drogas, no son los 50´s, que la repetición me gusta pero no como forma oral según los críticos.

Empiezo con esto porque intento racionalizar mi estado y comprender en verdad qué soy. Según yo siempre he odiado la pose de intelectual y me horroriza pensar en todas aquellas vacas sagradas hablando, y también pienso muchas veces que un blog es para fracasados. No entiendo en qué momento decidí meterme en esto y abrir un libro de Bolaño, que me es insoportable leer a Balzac o a Espronceda, que no he podido nunca terminar a Faulkner y que no entendí nada de El Ulises de Joyce. Entonces qué me queda, antes amaba a Bukowsky y ahora me doy cuenta de que como poeta no es tan bueno y que sus novelas son simples. Todos admiran y aman a Borges, Proust, Pound, pero yo no me acabé En busca del tiempo perdido y las conferencias sobre literatura inglesa de Borges me aburren. Me gusta mucha literatura y de nada sirve. Por qué leo a Bolaño y sigo pensando que es terrible que se haya ido, Álvaro Enrique me cegó y cambió todo, Lobo Antunes me dio noches de dolor de cabeza y lo sigo releyendo, George Perec, Woolf, Elizondo y así la lista es larga y esas lecturas se han ido perdiendo en un sentido propio y argumentativo.

Una pasión que se me desvanece porque muchas veces mis ideas se apropian de la interrogante de mi personalidad y no sé quién soy. Antes buscaba todas las respuestas en la literatura, y ahora me doy cuenta de que la farsa y el mal desarrollo que he tenido no han dejado nada más que dudas. No es pesimista lo que intento decir, me refiero a que todas las pasiones que tengo me dejan en un abismo que no termina: el cine, la música y el intento de escribir.

Luego llegan nombres como Arlt, Tolstoi, Arguedas, Roa Bastos y no se acaba nunca. No quiero ser un intelectual, tampoco un intelectualoide, simplemente quiero definir mis gustos y enumerar algunas de las cosas que han cambiado mi vida para volverla más complicada. No hay nada peor que no tener aquello. Y así se me va el tiempo y la vida pensando en lo que no he leído, lo que no he visto. Supongo que me encuentro en un limbo que crece poco a poco intentando comprender por qué odio a Juan Ramón Jiménez, Isabel Allende a Carlos Fuentes, que el realismo mágico ya me es tan pomposo, pero hay que leerlo para gritar ¡yo leí Cien años de soledad!, es un pecado no haberlo hecho. Cómo decir que eres esto o aquello, que si en verdad me gustó la película de Reygadas no soy pretencioso sino que me gustó y listo, al igual que me gustó E.T, que me gusta leer a Borges de igual forma que leo los Macanudos de Liniers. Que la poesía es para iluminados y que en realidad nadie la comprende pero es bello leerla. Entonces vivo con lo que tengo cerca, con la palabra y la proyección de formas. Intento humildemente hablar de lo que amo sin pretender, sin ser arrogante, pero que a veces me sale sin quererlo, simplemente es el desarrollo de una idea lo único que tengo. Entonces no sé sea un intelectual o un intelectualoide, pero estoy seguro que la única forma de alcanzar el alivio es leyendo y hablando.

Adjunto los puntos de Martín Zariello para definir a un Intelectualoide:

1- No hay nada más patético que ver en televisión una mesa redonda de intelectuales. Allí están con sus barbas, sus camisas y sus lapiceras elucubrando pensamientos abstractos, impracticables en la vida cotidiana y, lo que es peor, dejando que los señalen como “intelectuales”. Primera máxima: un intelectualoide es alguien que acepta que lo llamen “intelectual”. Siempre digo –no recuerdo a quien se lo copie- que no hay nada peor que alguien que se cree dentro de la literatura. También podría decir que no hay nada peor que alguien que se crea intelectual.

1.a. Para no entrar en ambigüedades definamos al intelectual como en el diccionario: “Dedicado preferentemente al cultivo de las letras y la ciencia”. Concentrémonos en esa definición: un ser que sabe de ciencias y de literatura. Un tipo inteligente: ni la arrogancia, ni la pirotecnia verbal, ni la intolerancia. Todos esos, veremos, son rasgos del intelectualoide.

2- El intelectualoide es una deformación del intelectual. Lo que define al intelectualoide es: su adoración a determinado autor, la repetición constante de frases de su admirado, la intolerancia, el agravio ante lo diferente y la mentira como estratagema para definirse como un ser superior.

3- Un intelectualoide critica sin saber. Para ganar una discusión, si es necesario, dirá que leyó a un autor del que ni siquiera sabe cómo se pronuncia el nombre. En realidad no importa que no sea discusión: en una charla cualquiera, en una conversación amena y calma, ante la pregunta “¿Lo leíste?” responderá que sí, que sí lo leyó e incluso elaborará una hipótesis en contra de lo que el otro le ha contado del libro. En cambio, un intelectual verdadero, siempre parecerá saber menos, estar desorientado. Mentirá diciendo que no leyó para empaparse con la lectura del otro. En realidad el intelectual se nutre con todo lo que recibe, es tal su entendimiento que sabe que nadie tiene razón, sino que con un poco de todo, recién ahí, se puede llegar a la verdad, que siempre es esquiva y borrosa.

4- El intelectualoide, en su carrera por aparentar ser intelectual, en su exageración desmedida (un intelectualoide es la hipérbole del intelectual) caminará la vida efectuando grandes sentencias, enormes dicotomías y reflexiones sin argumento.

5- El intelectualoide, famélico de alardear su falsa sabiduría, no podrá contenerse y ante el menor error de un pobre aprendiz irá con sus garras a destrozarlo arrojándole el diccionario, Borges, Cervantes y Bolaño por encima.

6- El intelectualoide no tendrá reparos en decirse “escritor”, “pensador”, “poeta”, “filósofo”, “ideólogo”, “autor”, etc.

7- No sé si han tenido la oportunidad de cruzarse con un verdadero entendido pero lo que me quedó a mí de los tipos inteligentes es que te pueden dar cátedra, explicarte algo o corregirte con: 1) gracia, 2) entusiasmo y 3) sin denigrarte por no haber leído a Sartre, Deleuze o Derrida. Un tipo inteligente jamás le dirá a alguien que no leyó a Borges: “¡Lee a Borges, pedazo de pelotudo!”. No, más bien le dirá: “Che, ¿vos leíste a Borges? Bueno, te lo recomiendo”. Un tipo inteligente sabe que la violencia verbal no lleva a nada y aparece justamente cuando el que la utiliza no puede sustentar sus argumentos. El intelectual siempre tendrá argumentos. El intelectualoide ante la requisa huirá despavorido o insultará.

8- En una nota aparecida en el suplemento cultural del diario Clarín (Ñ), Ricardo Piglia opina sobre diarios de Bioy Casares y dice lo siguiente: “(…) parecen las notas de un escritor amargado y rencoroso que habla mal de todo el mundo. La pretensión de ser malvado es uno de los grandes lugares comunes de la literatura (…)”. Creo que algo de eso también hay en los intelectualoides: la proyección que ellos mismo tienen de sí esta infinitamente alejada de la realidad. Se creen los malvados, los grandes parricidas... Alguna vez ellos también estuvieron en las sombras, leyendo a Isabel Allende. Olvidan cuando todavía no sabían, no estaban enterados. En algún momento empezaron, la utopía de alguien que desde los 5 años leyó a Borges es absurda. En conclusión: si sos tan inteligente, como dirían en el barrio, metete con alguien de tu tamaño, no con el menos informado, el menos leído. Un tipo inteligente, aun a riesgo de perder, va a buscarle pelea al más alto y musculoso porque sabe que si llega a ganar no habrá logro igual. Un cobarde, en cambio, se mete con el alfeñique de 30 kilos porque sabe que es imposible que el otro pierda. Estas dos, a su modo, ejemplifican las actitudes del intelectual y del intelectualoide respectivamente.

Estoy de acuerdo en todos los puntos, y si por alguna razón yo tengo algo de alguno de ellos. Sufro las consecuencias y seguiré intentando conocerme.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No dudo que tu no los hayas cometido, despues asi se pierden muchas cosas ;la estimacion de las personas....ser sensillo es lo mejor.

Édgar Adrián Mora dijo...

¡Qué buen post, neónida! Para ponerse a pensar (se) seriamente. Un saludo.