Se propuso en algún aburrido desayuno de invierno, una olimpiada Neónida. Posiblemente debido a la tendencia velocista y la hiperactividad de Giusseppe, se sugirió un torneo interino, en el cual –para evitar decepciones- todos obtuvieran una medalla. Serían múltiples las disciplinas, más cercanas a la tradición Helena de discos, togas y garrochas que a las actividades motorizadas de la hipermodernidad. Después de platicar con Gherato en íntimo círculo paternal, desalojamos su habitación para acondicionar los nuevos vestidores. Fabeo Quinto Meaux se postuló como juez único e irrevocable en todas las competencias, incluso se dio la victoria en un concurso de jueces en el que era el único participante. Kgargaria extrajo unas viejas grabaciones en cassette, con ovaciones de un público estremecido que celebraba la victoria del diez veces campeón Jan Fussifer. Se pasó las horas frente al aparato de música, levantando los brazos y agradeciendo victorioso a un público inexistente. Quedaron para lanzamiento de jabalina Warpola y Giusseppe. Frescos y competitivos tallaron un viejo palo de escoba, y fijaron como objetivo la antena parabólica de la casa vecina. En flamantes pantaloncillos cortos, Warpola lanzó primero. Una parábola perfecta. Su lanzamiento pasó por encima de la casa vecina y siguió atravesando los cielos hasta entrar en órbita. ¡Desde aquel día no ha parado de girar! Al no caer nunca, el juez Fabio no pudo darle la victoria, y al no contar con otra jabalina, Giusseppe fue descalificado. Solo quedó Gherato con ánimos para la última competencia: el maratón. El resto de la escuadra Neónida, prometió contarle el tiempo. Acordaron 500 vueltas alrededor de la casa, sin despegar el empeine bajo amenaza de no recuperar su habitación. Así, con el agitado Gherato trazando circunferencias en torno al recinto Neónida, se clausuró el evento. Insatisfechos, los 4 miembros destruyeron las instalaciones y se echaron a dormir.

Foto: Jan Fussifer al confundir la elegante antorcha del 46 con un vulgar cirio clerical.
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