lunes, agosto 20, 2007

El fragor sedentario

Silencio,
recordaba la frase de un viejo polaco -El navegante habla de viento, el agricultor de bueyes, el soldado cuenta heridas- sabía que era una trola, que las circunstancias no se pueden regar a la ligera como a un parque de buganvillas, y como centella de mercurio se le llenaron los ojos de un grumo desconocido, se nubló de ardor y ensimismado con sus pensamientos supo de alguna forma que los cielos no iban a caer, por lo menos ese día.
Murmullo,
a todo expectante la ira le ocasiona pesar, pensaba mientras cortaba las hojas de un abedul viejo y lejano, intentaba una razón que a la hora de la cena se desvanecía como hojuela de cereal, una mirada recurrente se instalaba en su cabeza, abismal, hacía algún tiempo había leído un libro grueso y amarillento, el autor decía, a su modo latinoamericano, que las mujeres nos daban clases de vértigo -será verdad- se dijo en voz alta pretendiendo que el árbol le contestara con un golpe de rama o un chasquido de hoja.
Hermetismo,
junto con las olas y los terremotos, las cordilleras y los rascacielos; somos una prueba de altura, Babel de arrogancia y minimalismo de concreto, el periódico se confundía con las páginas de meses antes, la camarera llevaba el mismo peinado y la misma blusa con marcas de sudor en la axila, y así se hundía, se llenaba de un regocijo ajeno a cada estallido en su cabeza, el sol que se había ido a alguna mirada desconocida, le recordó un olor, un olor común pero que a su interrogante alimentaba de recuerdos impuros su mente -impuros- se repetía al ritmo del oleaje que formaba su café.
Mutismo,
la mirada de serpiente, un contrabajo que golpeaba lentamente a cada uno de sus latidos; era inevitable, recurrente, un ralo de estampas inconformes, ambiguas; las reservas se habían terminado, él era un simple espectador de los pasos duros y agigantados que su cuerpo, por orden propio, daban a cada metro y a cada línea espontánea; sabía de la capacidad nula que le quedaba por delante.
Estentóreo,
las posibilidades de interrumpir el sueño, que como una gárgola intocable se disminuían por la noches, eran cada vez más remotas, se encontraban lejos, en una agnosia de sentimientos, reducido a un par de pasos misteriosos que no lo llevaban a ningún lado; la costumbre de pensarla con las manos entrelazadas en sus codos, la monotonía de contar sus parpadeos, el ruido, que con una sutileza poco agraciada le generaba espasmos de vientre, colgándolo de un campanario a cien metros de altura; podrido, pasajero, poniente.
Sordina,
-Nana, Nana- y las primeras voces de la tarde se dejaron de escuchar al tiempo que sus pasos ya entorpecidos por la bruma se despejaban de la tiniebla espesa, informando de las luces que las verjas dejaban pasar, como láser natura, intransigentes de calor y pocas fuerzas; un ligero grito de dolor que salía de sus más profundos recuerdos, ya no alentaba, ya no vaho, ya no silencio...inventando a un par de gotas violetas que con una simpleza aterciopelada brotaron de sus oídos inmensamente callados, y ella, ella -Nana- se pensaba infinitamente a cada zumbido que el mundo le quitaba poco a poco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me has dejado sin palabras

Anónimo dijo...

Extrordinario, me encanta, gran atentado conceptual, gran lógica binaria. Dos besos. Fascinante. Poeticamente correcto, no se que más decir...je