No llevo conmigo el sexo
del padre, tampoco el del hijo,
mucho menos el de la paloma
o el de la oblea de trigo.
No llevo en mi sexo bulbo
o deformidad parecida a
la de las formas femeninas.
Mi sexo no tiene ningún parecido
al que tienen entre ellos
el lápiz de goma y el sacapuntas de acero;
cuando se deforma el prepucio de madera
en el culo dentado de aspas de remo.
No es como el sexo que hay entre
los anzuelos y los labios de los peces.
Mi sexo no es como el de ustedes
ni como el de el hermafrodito.
Pues mi sexo nada tiene que ver
ni con los iguales
ni con los distintos.
En efecto,
mi sexo no tiene ni la más mínima aproximación
al de las caracolas,
al de los reinos minerales,
al de las lechugas,
o al de los controles para televisión.
Al principio siendo de mí preocupación
busqué mi sexo
entre mis miniaturas de zoología,
entre los inmensos atlas de medicina,
entre los refrigeradores de los laboratorios forenses,
entre las pantis de una muñeca de porcelana,
en una página de Internet,
entre mis piernas y entre las de María,
y bien supondrán que nada encontré.
Pero poco me importa
pues yo llevo el sexo
de la linterna mágica,
el de la turbulencia marina,
el de la no materia,
el de los fantasmas,
el del plomo
deformándose en la fragua.
Se sorprenderán cuando les diga
que yo no hago de mis tentáculos
artillería propulsa,
que no ando por ahí con la necesidad
de llevar mi cuerpo al acantilado
en búsqueda de nuevos puntos de presión.
Que no sería capaz de seleccionar un acetato,
para fingir lo bestial
de un abominable acto de defloración.
¡No hay nada más en el sexo de lo que hay en el agua!
Y lo digo porque masturbé a una mujer
con un periscopio de luna,
y prestaron atención mis ojos de carpa
pero no vieron nada.
¡En el agua hay más sexo que entre un estuche y un arma!
Y lo digo porque intente reinventar con masa de sal
un inmenso mástil taurino,
un horrendo pene de goma dormido,
y sólo vi el tremendismo de la carne desfigurada.
¡Qué extraño eso de que el sexo es intercambiar agua con armas!
Queridos, Queridas, Que ( )
sus orejas sean orejas,
y que sus ojos no vean nada,
no vaya a ser que sufran mi suerte,
la del pez que
por no llevar sexo
entre sus horripilantes escamas
se inundó como botella en el agua.*
*Aun así, si usted desea acostarse conmigo,
cuente los versos, multiplique por cinco, divida entre dos
e ahí mi numeración.
4 comentarios:
Heromoso---un poema de Euginides, de Andeonimba, de tanto poco sexo, abrumador y confundido. Es un canto al perdido...bello!...muy bello.
que el aplauso sea largo largo !!!
entonces...eres marciano?
Rependejo, me cai, anónimo.
Boquiabierto quedo.
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