martes, marzo 20, 2007

La buena ventura de Capetillo Buenrostro y las fieras de San Hilario.

El docto ictiólogo Zacatecano Carlos Capetillo Buenrostro mostró al mundo el resultado de sus estudios sobre las singularidades del arenque. Patrocinado por una industria del enlatado, el excéntrico científico emprendió desde hace unos años, la infinita labor de examinar de cerca el comportamiento del arenque. En abril de 1975, compró una buena chaqueta y se disparó a los ignotos territorios del Canadá. Observó los cardúmenes trashumantes de platinados pececillos enloquecidos por la primavera. Nadó desnudo en las frescas aguas de la bahía de San Hilario y más de una vez compartió un bocadillo con el temible oso pardo. Se replanteó las nociones del bonne savage, temió padecer de hidropesía, recitó poesía desde una roca solitaria y se contagió inevitablemente de un patetismo bucólico que lo arrastró a dirigirse en sermones beatíficos a los animales. Su confusión arribó el día en que miró la bahía recubierta por una fina película de viscosidades blancuzcas. La respuesta: una brutal cantidad de semen de arenque. Extasiado ante tan improvisto espectáculo seminal, no tardó en ir a chapotear en la lechosa y cálida espuma, seguro de que miles y miles de pequeños huevecillos estaban siendo fecundados. Buenrostro, inmerso en tan fértiles parajes, se contagió del impulso primario y no pudiendo reprimirse, sodomizó a un osezno. Se sabe por datos extraoficiales, que años más tarde aquél futuro oso sería el responsable de la muerte de un reportero del Animal Channel. ¿Es Carlos Capetillo Buenrosto culpable? ¿Merece ser juzgado ante el tribunal para la conservación de las especies en peligro de extinción?

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