viernes, mayo 18, 2007

La llamada



Timbró el teléfono. Era ella. La voz era una extensión del pasado que ahora se manifestaba con una punzada en el estómago. Se percató de que ahora no la reconocía. En un segundo miles de imágenes llenaron su mente. La sonrisa. El viento en su cabello boreal. Esa mirada que confiesa tristeza. Y el sonido de su "Hola" reflejando una ternura exquisita. Se estremeció. Su garganta invariablemente quedó paralizada por una gigante roca lunar. Ahora no entendía. El pecho se contrajo para volverse mandarina en noviembre. Y con el sudor de la mano dejó caer accídentalmente el teléfono. Al abismo. Al tiempo transcurrido. Lo levantó rápidamente. Encantado. Y "¿Hola?" Somnífero inconciente de sus polaroids nostálgicas. Una lumbre inundaba sus ojos. Lumbre de viñeta desconocida. Inarticulable. No pudo evitar sentirse una verdura. Una alcachofa. Tuvo que sentarse en la suavidad única de su cama antes para dos. Ahora grande de uno y fibrosa estela desértica sus sábanas. "¡Hola!" Un sin sentido poco práctico. Él que siempre tenía respuestas ajenas. Inventándola al otro lado de la bocina. Con su olor a frutas de la selva. Con los labios rosados y brillantes. Constelación de terciopelo. Tembló. Él. La alcoba. Las entrañas. El mundo. Y "Hola". Tan suave como sus caricias a tiempo. Un "Hola" tan de ella. Tan cerca. Sujetó el teléfono con tanta fuerza. Apretó. Invocó a un Hércules dólido. Abrió la boca intentando. Suponiendo. Pero ya no estaba ahí. Se había ido con un botón y un "Hola". Desapareció entre las redes teléfonicas para no dejar rastro de su manos. De su fonética. Onomatopeya que le recordaba a las noches de cama y filosofía. Colgó. Y con la boca entreabierta disimuló un "Hola". Conversó con el aparato hasta resolver sus dudas ya de mimbre. "Adios". Y después de un largo repaso al archivero en su cabeza. Lloró. Y ella. No volvió a llamar.

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